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el arte y los árboles del amor

Moscú, la mega ciudad rusa, tiene sembradas sus calles de templos ortodoxos, teatros, metro, museos, monasterios, monumentos que a la sorpresa de su belleza unen rasgos que definen y explican la convulsa historia de este país

La vista desde el puente ofrece muchas posibilidades de monumentos y edificios clásicos.

Publicado por
ALFONSO GARCÍA
León

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Moscú es un asombro. La megaciudad rusa, con prácticamente quince millones de habitantes, al margen de la rutilante ciudad nueva, cosmopolita y financiera, tiene sembradas sus calles de templos ortodoxos, teatros, metro, museos, monasterios, monumentos que a la sorpresa de su belleza unen rasgos que definen y explican en alguna medida la convulsa historia de este país. Su riqueza obliga, seguramente más que en otras ocasiones, a la selección del viajero, que ha de tener siempre en cuenta que el Kremlin y el río Moscova, del que toma el nombre, son referencias que articulan buena parte de sus movimientos. Aprovechando estos dos puntos de situación, encaminamos hoy los pasos a una visita imprescindible y a otra, por su proximidad, llena de curiosidades y contemplaciones. La mirada, estoy seguro, se perderá durante el trayecto en cientos de motivos para el disfrute. De cada cual depende detenerse más o menos, que las prisas y la filosofía de la improvisación no parecen buenas consejeras.

Bajando desde los Jardines Alexandrovski, adosados al Kremlin, atraviesa dos puentes –Gran y Pequeño Puente de Piedra—, que nos sitúa muy cerca de nuestro primer destino. Advierto que poco antes el río se bifurca, conservando el nombre en su cauce principal y el de Canal de Vodootvotny en el otro. Ambos corren prácticamente paralelos, formando una isla irregular y alargada y conformando en su trazado de media circunferencia imperfecta, un espacio singular, en el contexto del centro histórico, un barrio muy conocido por sus templos.

—Sería un error —me explica Tatiana Lobánova con voz dulce y firme— pensar solo en los templos. Pero es conveniente que descubras tú mismo otras muchas riquezas. Ya me contarás.

Fue absoluta verdad la advertencia. Lo único que se me ocurre ahora como recomendación es que lleve un buen mapa. Y que no pierda de vista la posibilidad de navegar el río Moscova, que permite un acercamiento notable y original a Moscú y además puede convertirse en una experiencia inolvidable.

Me despedí de Tatiana a la entrada de la Galería Tretiakov, esencial en el recorrido moscovita. Quedamos para cenar cerca de la Plaza Roja, con la promesa de que tomaría ritualmente un vodka, aunque no me entusiasma, ni mucho menos.

—Las promesas están para cumplirse —le dije como despedida.

La Galería Estatal Tretiakov debe su nombre a Pàvel Tretiakov (1832-1898), que lo recuerda en una estatua a la entrada, empresario ruso, mecenas, coleccionista y filántropo que pronto comenzó a adquirir obras de artistas rusos contemporáneos con el fin de crear una colección artística. Seis años antes de su muerte decidió donar la galería a la ciudad de Moscú, que en su día lo declaró «Ciudadano Ilustre». Desde entonces se ha ampliado mucho el espacio expositivo, complejo y abundante, para exponer el fondo actual de más de 200 000 obras. La casa del donante, que empezó siendo la sede, también regalada, pronto quedó pequeña. Hoy es uno de los más valiosos tesoros nacionales, dicen que el museo ruso más grande del mundo que descubre en buena medida el alma rusa, su identidad.

Necesita tiempo para recorrer las decenas de salas que albergan su excepcional colección, ordenada cronológicamente desde el siglo XI hasta comienzos del XX. Pintura, iconos, mosaicos… muestran la intensa y variada riqueza del arte ruso. No puede perder esta visita. Hay quien la define como «la joya de Moscú». La ciudad tiene muchas joyas.

Las curiosidades forman parte del espíritu que alienta los viajes. Y aunque algunas responden a inquietudes universales o al menos muy extendidas, tienen sus peculiaridades. Y es que Moscú también es tierra propicia para el amor.

Verán.

La historia de los candados del amor se remonta a un cuento serbio de la Primera Guerra Mundial. En el resto de Europa se intensifica en los albores de este siglo. Dicen no pocos que a raíz de las novelas del italiano Federico Moccia, especialmente la titulada Tres metros bajo el cielo . La fiebre de la costumbre se ha multiplicado hasta convertirse en problema en algunas ciudades. Es noticia.

Lo cierto es que cerca de la Galería que hemos visitado está el puente Tretiakovski, más conocido como Luzhkov, en honor de un alcalde, una pasarela peatonal sobre el canal Vodootvontny cuyo recorrido se inicia con un gran corazón floral. Es el Puente del Amor, desde el que, además, puede contemplarse, en su ambiente mágico, la catedral de Cristo Salvador, el Kremlin o el monumento a Pedro el Grande con la carabela de Colón. Entre otros.

La enfermedad de los candados del amor también contagió a Moscú. Y como también aquí significaban un peligro, en 2007 apareció el primer «Árbol del Amor», un árbol metálico para colgar los candados, «un auténtico bosque de sueños oxidados». La moda inicial se convirtió en rito y tradición el día de la boda, con el predominio del rojo como estandarte y el corazón como forma Y después, las llaves al canal. Y en el ritual, otros lugares para la foto del matrimonio recién estrenado.

Ocho árboles conté en el puente. Y una docena, llenos ya, en una orilla del canal.

Me pregunto cuántas llaves como símbolo de fidelidad y amor eterno han sido rescatadas del fondo de las aguas, matarile. Acaso los candados se han podrido entre las ramas. Quién sabe.

Definitivamente tomaré un vodka esta noche.

Y es que Moscú también tiene estas cosas, ay. El amor no conoce las fronteras, aunque el canal vaya a dar a la mar, que…

Buen viaje.

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