Diario de León

La hermandad de los cabezas negras

La ciudad medieval de Riga ofrece ricas leyendas y folclore. Su casco antiguo, empedrado y peatonal, permite caminarlos con más tranquilidad y sosiego

La mirada no debe perder de vista las alturas, tejados, torres que dan nombres y explican muchos asuntos.

La mirada no debe perder de vista las alturas, tejados, torres que dan nombres y explican muchos asuntos.

Publicado por
ALFONSO GARCÍA
León

Creado:

Actualizado:

Uno lleva a veces en la mochila algunas anotaciones, marcadas nunca se sabe bien por qué razones, fáciles de analizar, creo, en algunos casos. Era inevitable, al llegar a Riga, pensar en Ángel Ganivet, el escritor y diplomático que ejerció, aunque durante muy poco tiempo, como cónsul en la capital letona, sobre la que no sé si escribió algo, como ocurriera en Finlandia durante su estancia diplomática. Lo cierto es que se suicidó en Riga, tirándose al río desde un pequeño vapor. Era noviembre de 1898 y desde entonces no han dejado de correr razones y causas de su determinación. Me quedo simplemente con el hecho. Atravieso ahora el río Daugava, que desemboca en el golfo que lleva el nombre de la ciudad, frente a Estocolmo, y razón importante de su economía histórica y actual. Varios puentes lo atraviesan y el viajero puede contemplar la ciudad nueva y la vieja, que conviven armónicamente pese al contraste. Buena parte del diseño urbano se levantó sobre una isla del río. La ciudad, pequeña, a pesar de ser la segunda más poblada de los Países Bálticos, poco poblados en general, bohemia y cultural, con mucha vida y entretenimiento, sigue siendo, cada vez menos, una de las grandes desconocidas de Europa. «Letonia –no deja de anotar y recomendarme Sergèi Baryshnikov- se asocia principalmente con la ciudad medieval de Riga. La historia de cualquier ciudad es rica en leyendas y folklore. También esta». Hombre, no es necesariamente cierta hoy la apreciación, aunque sí bastante generalizada, dadas las estructuras modernas que definen a algunas. Sigo en este caso el consejo de Sergèi, inapelable.

Curiosamente los cascos antiguos, por eso de que la pátina del tiempo tiene distinta intensidad, están más sujetos no tanto a los descubrimientos como a las valoraciones personales. Más aún cuando, como en este caso, están muy concentrados, en buena parte hoy empedrados y peatonalizados. Eso permite caminarlos con más tranquilidad y sosiego, que es el verdadero ritmo de quien quiere conocer, no solo hacer una foto, que en muchas ocasiones se pierde o no se sabe de qué se trata, otra forma de pérdida. Declarado el de Riga Patrimonio de la Humanidad –y algo tendrá el agua cuando…-, está en el epicentro, en la zona central, prácticamente a la orilla del río. En la Plaza del Ayuntamiento. Pues ahí. Si es cierto que yo le señalaré algunas referencias puntuales, que todas le saldrán al paso, sí le sugiero encarecidamente, si me lo permite, que por estos hermosos laberintos por los que caminamos, que la mirada haga frecuentes barridos por las alturas de los edificios. En torres y tejados parecen esculturas de niños, jóvenes, animales…, casi todas con sus historias y leyendas. No dejarán de contarle seguramente infinidad de asuntos sobre reyes, damas, verdugos, prostitutas… Tenga en cuenta, para no buscar largas e inútiles explicaciones, que el gato negro es el símbolo de la ciudad, y el oso, del país. Hasta cuando entre, sin darse cuenta, en la ciudad de los mercaderes, acostumbrados, dicen, a vender su alma al diablo. Supongo que sea un decir.

Lo cierto es que la Plaza del Ayuntamiento (1234) fue plaza del mercado y, por tanto, centro político, económico y de todos los cuentos durante siglos. Lo preside, no sin criterio por tanto, una estatua de San Rolando, santo muy popular en la Europa del Norte por encarnar la prosperidad y la riqueza. «Hay una notable efervescencia católica después del período soviético», me comenta Baryshnikov, «Barys», como le llamo para evitar trabarme. «Querido Sergèi –le digo-, ideologías y creencias están en declive. Hoy hay otras claves más prosaicas para entender el mundo». Me mira con cierta indiferencia. Quizá sea una tontería lo que acabo de decir. A ver quién toca a su santo. ¿Se llamará alguien Rolando ahora? Hablando de mercados, no está lejos el Mercado Central, cerca del gueto judío –mataron a unos 45 000-, con su museo. Varios hangares del siglo XIX ofrecen una amplia gama de pescados, carnes, frutas, verduras, lácteos…, incluido un puesto de productos españoles. Hay no pocas sorpresas en las costumbres gastronómicas de estas tierras.

Frente al Ayuntamiento, el edificio de la antigua Hermandad de los Cabezas Negras (Melngalvju nams), creo ahora el que despertó en mí mayor interés –hay quien dice que es la perla de la plaza esta que también llaman Casa de los Mercaderes Alemanes-, lugar en su tiempo para todo tipo de celebraciones y divertimentos, bailes de disfraces, banquetes, teatro…, habitual punto de encuentro de comerciantes y mercaderes fundamentalmente, de organismos no gubernamentales en fin, a los que en algún momento se les exigió fueran además solteros y guapos. Se pueden imaginar, o me lo quiero imaginar contemplando la hermosa filigrana del edificio, en el que se pueden echar unas cañas. Eso sí, bajo la protección de San Mauricio, su patrón, símbolo de la alegría, que además tenía el pelo negro, razón del nombre por el que fueron conocidos.

Hay esculturas y escenas que en este paseo iniciado llenan de ternura y conmueven. Recuerdo, en el primer caso, la que alude a los músicos de Bremen. ¿Recuerdan los cuatro animales del cuento de los hermanos Grimm? Hablando de música, la dulce melodía que hacía sonar una mujer al amparo del pasadizo de la Puerta de los Suecos, la única de las ocho que tuvo la muralla que aún se mantiene en pie. Confieso mi ignorancia, pero no había visto nunca este instrumento de cuerda bien amplio que la música callejera apoyaba sobre las piernas a modo de mostrador. Me lo dijo ella misma, pero no me acuerdo. La curiosidad casi cinematográfica, que no la conmoción ni la ternura, llegó con el coche cuyo conductor me asegura haber pertenecido a Hitler. Y en fin, la Torre de la Pólvora, que tanto recuerda a otras letonas y cercanas, la única torre defensiva que aquí se conserva y que con el amplio edificio adyacente forma parte del Museo de la Guerra, interesante y controvertido.

En una ciudad que se precie de sus raíces históricas y de la apertura a todos los ritos y creencias, no pueden faltar iglesias y catedrales que las representen. Ortodoxas, luteranas, católicas. Fuera de la evidencia arquitectónica de la ortodoxa catedral de la Natividad, de época rusa y fastuoso interior, anota, sin adscripción de credos, una de las referencias esenciales de Riga, la iglesia de san Pedro, patrón de la ciudad, inconfundible, como en tantos casos, por los ladrillos rojos, construcción común a estos países bálticos. Llama la atención sobre todo la aguja que la remeta, considerada, siguiendo la manía universal de buscar algún distintivo exclusivo, la torre de madera más alta de Europa. La iglesia de San Jacobo –cerca, la conocida como Catedral de la Cúpula, para cuyo órgano compuso Franz Liszt algunas obras especiales-, cuya fina silueta se remata con un gallo dorado. No olvide este detalle, que se repite por otras geografías, también cercanas. No deje de ver tampoco, teniendo en cuenta siempre la disponibilidad del tiempo, la iglesia de San Juan o de los dominicos, con una convulsa historia en sus destinos. La convulsa historia de Letonia, en definitiva.

La capital letona da mucho más de sí. De momento, quede el viajero con la dimensión esencial de una ciudad distinta a nuestros parámetros habituales. Seguiremos. Por otros caminos que la historia y el pueblo han ido diseñando aquí.

tracking