Diario de León

LUGARES FIGURADOS LUIS CARNICERO, arquitecto y poeta

Perlas-deseo, Luz escarlata

LUIS CARNICERO

LUIS CARNICERO

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León

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Relumbrando la helada, aterida, aparecía Omaña al irse la niebla. Al llegar a Villanueva —vaho violáceo los abedules— sentiste en sus calles restos-belleza de arquitecturas humildes: gritsandas aún en los hastiales; cercas-mansedumbre; terradas; puertas carretales añorando vida-chirrío; quicios donde naufragaran teitos de paja…

Desperezaba el aire el agua de la presa de la Solana. Y cruzaste el Omaña. A tu paso —traspasando una cancilla, paralelo al río Pequeño— exhibía el barro harapos-tiniebla. Y caminaste por bosques del osedo, junto al arroyo Linares: amarronada hojarasca; desgreñados robles-melancolía ante peines de helechos y palanganas musgosas.

Pronto sentiste la magia-veneno -savia de Luz- al cruzar la cortina del acebal del Nareo. Encerados sus haces —cofres-espina— mostraban las hojas eternidades-racimo. Como si fueran perlas, escondían bayas las cáscaras-cuenco de las bellotas. Como si hubiera pasado un rebaño de ovejas-fuego, brillaban en la tierra encendidas bolitas.

Bajaba sumiso el arroyo Calecho. Por una rodera llegaste a la Campa, donde parecía asilada la vida-silencio del orbe: la sinfonía del futuro siempre suena en pasado. Y divisaste la senda que todavía sube a peña Ventana. Había rastros del oso. Se asomaba borroso el Llombo los Muertos. Compartían veladuras gozosas piornales y escobas. Armonía-amor era el tronco dual del inmenso cerezo. Cuánto vuelo callado y cuánta sombra-promesa.

Parecía arder el camino ante el cielo abierto y los sarpullidos-Luz. Ya a los pies del Collado de Acebos se extendían los prados; y viste, en Prado Cerrado, manar una fuente junto a esculturas-hilera -lajas de piedra- gozando reflejos de roja humedad: claridades divinas.

Pasando el arroyo, volviendo hacia el este, detrás del muro por donde pasaran los carros, tomaste la rodera del Árzado hacia la cabaña-refugio. Desde allí ascendiste hacia el Norte, a La Campona. En lo alto, entre valles -también tú espejo del frío, sangre hacia el cielo- contemplaste el tiempo detenido en las cimas tutelares. Y las nombraste. Y recordaste los rostros de los que amas imaginando? el paisaje teñido de acebo, renaciendo-encendiendo los días, iluminando sueños con tinte sagrado color escarlata.

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