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Medellín, la patria de botero

El Poblado, el centro financiero y de ocio, el Parque Explora, el Pueblito Paisa, reconstrucción y réplica de un pueblo antioqueño, la Comuna 13 o la Feria de las Flores son algunos de los secretos que esconde esta espectacular ciudad colombiana

fotógrafo

Publicado por
ALFONSO GARCÍA
León

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La primera vez que llegué a la ciudad colombiana de Medellín lo hice de la mano de Jordi Sierra i Fabra, cuya Fundación sigue impulsando el valor de la lectura como elemento de integración social, tan importante y de tanto alcance por aquellos pagos. Poco tiempo después, sin precisar con exactitud, leí Barro de Medellín, de Alfredo Gómez Cerdá: Camilo y Andrés pasan sus días merodeando en su barrio de Medellín, asumiendo que se convertirán en criminales cuando crezcan, hasta que un viaje inesperado a una biblioteca alterará sus planes y cambiará sus vidas para siempre. Este argumento, tan sencillo en apariencia, es de un realismo abrumador y se encuentra en la raíz de la transformación que ha sufrido la ciudad.

Verán. Uno de los documentales que más me ha impactado lleva por título La sierra, que tuvo también un importante impacto social en la Colombia de su época. Estamos hablando de los años 2003-2004. En él aparecen con toda la crudeza imaginable los conflictos de la guerrilla, la autodefensa, la droga, los paramilitares, la lucha por el espacio, las muertes convertidas en noticia sin importancia… «La vida no vale nada aquí», como alguien me dijo, sería la conclusión definitiva, pues algunas comunas de aquellas montañas de Medellín –aquí se instalaron gentes en busca de mejores condiciones de vida— estaban simplemente en manos de desalmados y muchachos armados. Allí conocí el documental. Y quise ir a la Comuna 8, conocerla de cerca. Ante la insistente negativa de mis amigos, accedieron por fin con la condición de que me acompañase un joven que había abandonado las armas —¡había abandonado las armas a los dieciocho años!—, empuñadas desde niño en la lucha contra los paracos y en defensa del barrio, sobre el que tenía, a pesar de su juventud, notable ascendiente. Pasé la tarde con él en la Comuna, y puedo asegurar que no advertí el menor síntoma de inseguridad, a pesar de las muestras de crudeza que aún se respiraban. O se intuían. Además la sombra de Pablo Escobar siempre fue aquí alargada. Qué curioso, hoy una ruta turística recorre y recuerda los lugares emblemáticos y dolorosos del narcotraficante. El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez habla en su novela El ruido de las cosas al caer (Premio Alfaguara, 2011) de lo que fue vivir con miedo, sobre las consecuencias que ese estado tiene en la vida de quienes lo padecen. En ese estado de cosas tiene mucho que ver P. Escobar. Es tristemente curiosa, pero menos conocida, otra leyenda del narcotráfico colombiano, mentora del primero, Griselda Blanco –la «Reina de la Cocaína», la madre de M. Corleone—, que mató a dos maridos y un amante, mandó secuestrar a un Kennedy, puso a su hijo el nombre de un vástago de El Padrino… Aparentemente desaparecida del mundo, uno de sus múltiples enemigos la encontró en una carnicería de Medellín.

Hoy las cosas han cambiado notable, radicalmente. La lectura, la cultura ha sido causa fundamental para que la violencia disminuyera sustancialmente en la ciudad colombiana, capital del distrito de Antioquia. Los elementos que confluyen aún en la constatación del hecho son estos, muy en síntesis: la vertebración del valle en que se asienta la ciudad con la instalación de un metro exterior y de línea alargada en algunas de cuyas estaciones enlaza con los barrios asentados en ambas laderas de las montañas mediante el metro-cable, con la consiguiente integración en la ciudad (indispensable para el viajero hacer estos recorridos, sorprendentes sin duda); la integración de los magníficos Parque-Biblioteca, un concepto de biblioteca viva que, ante todo, es punto de encuentro, convivencia activa e igualdad; el decidido apoyo al proyecto por parte de las autoridades y la eclosión de entidades, tanto públicas como privadas, que sintonizan y trabajan conjuntamente para dar solidez y riqueza de forma permanente a este proyecto común que siempre está en proceso hacia el futuro. Hoy es un modelo de paz y reconciliación, solidaria y competitiva.

El viajero cree humildemente que es necesario conocer este contexto para gozar Medellín con más intensidad. Y es que, sinceramente, la ciudad de las flores y de la eterna primavera es un gozo. Para comprobarlo, nada mejor que recorrerla. El Poblado, centro financiero y de ocio. Parque Explora, para los más pequeños. El Pueblito Paisa, reconstrucción y réplica de un pueblo antioqueño, en uno de sus muchos miradores. Comuna 13, un ejemplo de transformación. La Feria de las Flores, con el Desfile de los Silleteros, otro de los símbolos de la ciudad, campesinos portadores de enormes y vistosos murales florales. Avenida Carabobo, peatonal, un espectáculo de gentes, color y ambientes, que desemboca en la Plaza Botero…

Aquí me detengo hoy de manera especial.

Las ciudades, muchas ciudades al menos, tienen o crean sus propios ídolos. Medellín los tiene en Juanes, que, me dicen, nació y vive aquí. En Carlos Gardel, que murió en la ciudad, que por eso adora el tango. Y, por supuesto y sobre todo, Fernando Botero.

En la visita no puede faltar la Plaza Botero, uno de los referentes de la ciudad y uno de sus principales atractivos y activos. Es la plaza un verdadero parque cultural con veintitrés esculturas en bronce donadas por el artista a su ciudad natal. Si todas conforman un bloque de lo que algunos llaman «boterismo», una singular manifestación de arte contemporáneo, la primera que donó es una referencia de la vida diaria: «Nos vemos al lado de la gorda de Botero» (¿recuerdan su Gertrudis en Cartagena de Indias?). Un hermoso juego de sensibilidad, ante el cual es bueno seguir la recomendación del autor de tocar su obra. Está situada la plaza frente al Museo de Antioquia, en el que se pueden contemplar otras donaciones: pinturas, esculturas, dibujos, porcelanas…y las sesenta y una obras de su Vía Crucis: La Pasión de Cristo. «Me dijo Botero –anota Ana Piedad Jaramillo— que había tenido una revelación por la noche, un sueño, y que decidió hacer la donación. De pronto un ángel de los que hay en sus cuadros se le apareció y le sopló al oído que debía dejar la obra en Medellín». Y allí está, con el privilegio para el viajero de poder contemplar tanta belleza en la zona que recibe el título de «Ciudad Botero». Si el viajero interesado por su obra llega un día a Bogotá, no podrá por menos que hacer una visita al museo que lleva su nombre, en el centro histórico, en La Candelaria.

Seguro que ha recibido el contraste de muchas sensaciones en Medellín. Pero no debería marchar sin las gastronómicas. No olvide el plato más característico, la Bandeja Paisa –‘paisa’ es, en la práctica, el gentilicio de estas gentes—, que tiene desde morcilla, chorizo, huevo frito, chicharrones, carne picada, frijoles con arroz…, hasta una arepita antioqueña, plátano frito y aguacate. La fruta callejera es una maravilla de colores y sabores. El ‘tinto’, ‘solo’ del sabroso Triángulo Cafetero. Y un trago de aguardiente antioqueño. Por ejemplo. Y que aproveche.