PRIMOUT ETERNO
El pueblo de las siete vidas
Primout ya ha quemado cuatro vidas y quizás siete no sea el límite, tal vez sea inmortal. Desde luego, su capacidad de supervivencia ha quedado demostrada después del abandono total, la revuelta hippie, la reconstrucción y la integridad actual. Allí donde un día el aislamiento fue un problema y hoy es una bendición, allí donde reina el silencio y huele a pueblo original, allí donde se puede disfrutar de las cosas pequeñas que hacen grande la vida, allí es donde hay que ir esta primavera y volver cuando se quiera porque allí seguirá Primout
Todavía no las ha quemado todas, va por la cuarta; pero está claro que Primout es un pueblo inmortal o que, como mínimo, tiene siete vidas, como siete letras tiene su nombre, de enigmática procedencia. Al igual que los felinos, a quienes la mitología les atribuye siete vidas por la capacidad que tienen para salir ilesos de situaciones peligrosas que otros animales no resolverían con la misma suerte, este pueblo enclavado en lo más profundo de un angosto valle —en las estribaciones de la Sierra de Gistredo, dentro del término municipal de Páramo del Sil— ha superado tiempos difíciles, marcados por la hambruna, la marcha de sus pobladores, la nada, el desgaste de su arquitectura, la repoblación hippie, el conflicto, la recuperación y una nueva plenitud.
Mucho se ha escrito, se ha dicho y se ha inventado de un pueblo sin habitantes pero con muchos vecinos que fue morada del poeta Ángel González y de otros mucho menos ilustres pero más valedores de una aldea que ofrece a quien la pisa la oportunidad de regresar al origen de todo. A la naturaleza pura. Al olor a pueblo. Al olor a vaca. Al sonido del río. A la paz. Al silencio sólo roto de vez en cuando, cuando regresan a casa quienes han arreglado las suyas. Y ese de vez en cuando se convierte en siempre el último fin de semana de julio, cuando Primout celebra Santiago y el pueblo recobra la vida plena.
Pero no hace falta esperar tanto para disfrutar de él. Ahora es la mejor época y, por eso, por mucho que se haya dicho, escrito e inventado de Primout, siempre hay que recordarlo. Siempre es un buen momento para redescubrir una pequeña aldea bendecida por el río del mismo nombre, casi infranqueable por los rayos del sol en determinados momentos del día, sosegado, bello en el contenido pero, sobre todo, en el continente, con un monte salpicado de todos los colores ahora que la primavera ha cogido el pincel.
Primout es una apuesta segura para quienes buscan un pueblo de verdad, reconstruido con esfuerzo —estimulado, eso sí, por la invasión hippie que quiso hacer de él una comuna— y con esencia. Algo fundamental para quienes buscan el origen y no la copia o la reinterpretación propia de pueblos bonitos pero sin alma que acaban teniendo más fama. Primout tiene alma, no sigue un patrón y, sin buscar a propósito la armonía del conjunto, sí lo consigue. La diferencia de cada casa, la identidad de cada rehabilitación, el gusto de cada vecino, la diversidad y, por supuesto, el río es lo que lo hace bonito.
Es bonito y es mágico. En Primout es fácil respirar la soledad y sentir el aislamiento que en un tiempo fue un problema y que ahora es una bendición. Sentir la nada y todo al mismo tiempo mientras comes un bocadillo al lado del río, con los pies descalzos sobre la hierba y la mirada clavada en cualquier parte, porque mires a donde mires, lo que ves merece la pena. Primout es ese lugar donde se puede disfrutar de las pequeñas cosas que hacen grande la vida y que pasan desapercibidas en el grisáceo día a día de cualquier mortal. Llegar hasta allí es sencillo —también en coche— lo difícil es marcharse, aunque siempre cabe la posibilidad de volver porque ahí seguirá Primout.