De ruta por Laciana
Pocos espacios naturales concentran tantas figuras de protección como el Valle de Laciana. En cada rincón de sus más de 21.700 hectáreas declaradas LIC, Zepa, y desde 2003, Reserva de la Biosfera, convive toda una biodiversidad al alcance de todos de a través de las rutas puestas en marcha por el Ayuntamiento de Villablino
Viajar a Laciana es adentrase en todo un mar de naturaleza en estado puro y de diversidad. Su valle cuenta con un gran valor medioambiental que conlleva que sea Lugar de Interés Comunitario (LIC), Zona de Especial Protección para las Aves (Zepa) y, desde el 10 de julio de 2003, forma parte de la prestigiosa red de Reserva de la Biosfera designada por la Unesco. Las Reservas de la Biosfera son territorios cuyo objetivo es armonizar la conservación de la diversidad biológica y cultural y el desarrollo económico y social a través de la relación de las personas con la naturaleza.
La Reserva de la Biosfera del Valle de Laciana comprende el municipio de Villablino, formado por 14 localidades. Un total de 21.700 hectáreas donde predominan los bosques de abedules maduros, quizá los más extensos y mejor conservados de toda la Península Ibérica, y bosques de robles junto con avellanos, acebos, serbales del cazador, arces, fresnos, tejos y alguna pequeña mancha de hayas, la más importante localizada en los montes de Rioscuro. En esos bosques encuentran refugio animales como lobos, corzos, jabalíes, liebre de piornal y, por supuesto, el oso pardo y el urogallo. De hecho, dentro de la Reserva existen varias zonas críticas de oso y urogallo que cuentan con una normativa específica. La gran riqueza natural de la Reserva se une al rico patrimonio arquitectónico y cultural que atesoran los 14 pueblos del Valle, 15 si se tiene en cuenta a San Miguel que aunque hoy en día forma parte de Villablino sigue conservando su propia identidad. Iglesias, capillas, lavaderos, potros de herraje, puentes, hórreos, pilones, molinos o casonas, ‘decoran’ cada una de las localidades del Valle por lo que un paseo por las calles de cualquiera de sus pueblos hará las delicias del caminante. Un rico patrimonio que incluye los vestigios de la explotación de carbón, como cargaderos o castilletes, mientras que algunas ‘cicatrices’ han permitido dejar al descubierto zonas con gran valor geológico como los pórfidos en la zona de la explotación a cielo abierto de El Feixolín. La intrusión de pórfidos se localiza en una pared vertical de unos 100 metros de altura que se puede observar desde el mirador construido por el Ayuntamiento de Villablino. Al mirador del área de interpretación geológica del Feixolín se accede a través de una ruta de senderismo denominada El Mirador del Feixolín’ una de las muchas rutas, tanto para hacer a pie como en bicicleta, con las que cuenta la Reserva de la Biosfera Valle de Laciana. Rutas que están recogidas en la App Laciana Turismo.
El Mirador del Feixolín es una de las muchas rutas, para hacer a pie o en bici, con las que cuenta la Reserva de la Biosfera Valle de Laciana. Todas ellas están recogidas en la app Laciana Turismo
De entre las numerosas rutas destacan las sendas que llevan a las brañas, parajes más resguardos de los altos valles de cada pueblo donde permanecía el ganado desde mayo hasta finales de verano.
Un paseo por las brañas muestra las ‘cabanas’, construcciones de planta rectangular, construidas en mampostería de piedra trabada que, antaño, tenían la cubierta de ‘teito’ y, hoy en día, se ha sustituido por losas de pizarra. Junto a las ‘cabanas’, en las brañas se pueden ver las ‘outseras’, huecos hechos sobre alguna fuente o manantial y cubiertos de losas o ‘chábanas’, que servían para guardar la leche hasta que se bajase al pueblo.
Muchas de las cabanas diseminadas por las brañas de Laciana se han restaurado e incluso algunas se han convertido en refugios. Aunque el ganado se sigue subiendo a las brañas, la vida de los ‘brañeiros’ no tiene nada que ver con la de antes cuando a la siega de los prados se unía el ordeño de las vacas y el traslado de la leche a núcleos de población.
Al paisaje propio de la braña se une la proximidad de los principales picos del valle, como el Cornón (2.188 m) o el Nevadín (2.077 m), así como las vistas panorámicas sobre la comarca de Laciana.
La vida en las brañas se iniciaba después de que las nieves se retiraran del monte y dejaran los prados aptos para el aprovechamiento ganadero.
La estancia en la braña tenía sus periodos; en un primer momento, se subía el ganado a pastar a los prados de mayor altura, dejando para segar aquellos más próximos a las cabanas y así guardar la hierba seca para más adelante o almacenarla en los pajares de los pueblos y aprovecharla en los meses de invierno. Ya en septiembre, el ganado se mantenía en los prados más cercanos.
En la recogida de la leche, los brañeros ponían primero a mamar a los terneros y después ordeñaban al ganado. Esto se hacía por las mañanas y por las noches, llevada al pueblo la que se recogía por la mañana, y almacenada en las ‘otseras’ la recogida por las noches para que se mantuviese fresca hasta el día siguiente.
Pese a todas estas labores, los brañeros disponían de tiempo libre que les permitía trabajar la madera para hacer aperos de labranza o mantener filandones que se organizaban en las cabanas después de cenar. La vuelta al pueblo se hacía a finales de octubre o principios de noviembre, cuando aparecían las primeras nieves en las cumbres.
Las brañas se encuentran en un entorno privilegiado, por su situación en los valles y por el aprovechamiento ganadero y forestal al que han estado tradicionalmente sometidas. Se enclavan, generalmente, entre bosques de abedules y robles, junto con multitud de acebos, capudres, fresnos, avellanos, sauces…
La cabana tradicional es de planta rectangular, construida en mampostería de piedra trabada con mortero arcilloso. Las cabanas originales eran edificaciones de poca altura, pues su destino era albergar el ganado y un pequeño hogar con poco más que un poyal de piedra para sentarse, una cama y una alacena.