La estética del carbón
El valor de la antracita
A punto de presentar su segunda colección, inspirada en el paisaje sembrado de torretas que sujetaban las líneas de baldes que transportaban el carbón, Elisabeth Rayo ha convertido la cuenca minera de Fabero en su lugar de inspiración para hacer joyas únicas con antracita
Una razón personal inesperada unió a la joyera artesana Elisabeth Rayo con Fabero. Hace tres años, dejó atrás Barcelona con la idea de permanecer en el corazón de la cuenca minera más ferviente del Bierzo durante un par de meses, pero esa estancia en principio temporal se ha convertido en indefinida. El carbón la ha ligado al territorio y de esa unión surgió Fusión Joyas, un proyecto personal y profesional que utiliza el mineral como base de piezas de joyería únicas. Su primera colección fundió el carbón con la plata, el metal con lo que para el Bierzo ha sido, durante un siglo, oro negro. Y de ahí surgieron anillos, colgantes, pendientes y pines que más que un adorno son un símbolo.
Ahora, inmersa en el diseño de una nueva colección inspirada en el paisaje sembrado de torretas que sostenían las líneas de baldes para transportar el carbón, Elisabeth Rayo continúa sacando partido al patrimonio industrial. Él es quien le regala las ideas. Ella solo tiene que observar. Y esta vez no lo ha hecho sola. La colección que presentará el próximo mes de noviembre es compartida con otra artesana catalana, Alba Domingo, que ha caído rendida ante la herencia minera. «Vino a pasar unos días de vacaciones a Fabero y, en nuestros muchos paseos por el monte, vimos como de entre la naturaleza sobresalían las torretas que servían para llevar el carbón. La naturaleza reclamando lo que es suyo. Y ahí surgió la idea: Una colección como agradecimiento a lo que la naturaleza ofreció y ahora reclama. Estructuras invadidas por la naturaleza o la naturaleza invadida por estructuras», explicó la artesana catalana que ha convertido la antracita en una pieza de joyería.
«Inmediatamente me llamó la atención todo lo que tenía que ver con la minería. Vivo y amo el Mediterráneo y el contraste de ese mundo con este otro mundo, completamente diferente, fue impresionante. Las gentes, las estructuras industriales obsoletas y abandonadas, las múltiples cicatrices, las explotaciones a cielo abierto y, sobre todo, el propio mineral, siempre presente, me transmitían un sentimiento de añoranza, de pérdida, de resignación, de etapas mejores ya cerradas, hoy solamente presentes en los recuerdos de aquellos que las vivieron». Estas fueron las primeras impresiones de Elisabeth Rayo. De ahí surgió la inspiración
«Este ambiente tan duro e intangible fue realmente inspirador. La creación también se encuentra en el drama, en una decadencia bella, en el color del óxido, en los recuerdos transmitidos por un minero retirado, en la tierra a corazón abierto tras el paso del hombre, entre los restos de un tiempo de bonanza ya pasado, en una historia tan poderosa que sus huellas permanecen incluso a día de hoy», relata.