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Alguna de las escenas que rodean el nacimiento del río Cea, en la faldas del Pando, cabecera de un ecosistema natural del que viven más de ciento sesenta kilómetros de cauce fluvial, y que acompaña al río en el curso que toma desde que ve la luz en los Pandos de Prioro. Esta es la aportación de uno de los lugares únicos de León a la riqueza de la provincia

León

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El Cea abre los ojos en un valle que se abre al este, como quien llega al mundo alentado por el mismo Sol. En un valle que es una secuencia entre valles, por donde corren las sombras en verano,el calor de la solana en las treguas de invierno. El Cea nace elevado, pero a una distancia asequible para que el caminante pueda compartir ese momento íntimo de la vida, el primer balbuceo, el primer llanto, el primer rictus, la primera mirada a los ojos que aún no ven en medio del destello de la luz.

El río más largo del extremo oriental de León se acuna entre Pandos y copas de robles mirones que no le pierden el ojo durante los primeros pasos, en los que siempre caben tambaleos, requiebros, resultado de ese camino feroz de quien se echa ladera abajo, a buscar el molde que le ha precedido entre las piedras.

De ahí, el murmullo que acompaña al visitante de Prioro hacia el norte, en una senda adecuada para el paraíso que comparte con los reses que durante siglos cincelaron a diente todos los perfiles del entorno; todo lo que se ve, todo lo que se atisba, todo lo que se intuye es obra de ese río que baja brioso hasta en los finales de año en los que las precipitaciones resultaron escasas, y pone el acento rústico que le puede faltar a un paisaje de la vegetación que se arruga ante la embestida de las heladas nocturnas.

El Cea nace en una fuente que está colocada en una secuencia interminable de manantiales; todos señalados en la senda, camino, pista, según la demanda del usuario; de tal forma que el caminante puede alcanzar el objetivo como si siguiera un rosario hídrico de miel; hasta la fuente del Pescao, que define popularmente el paraje esta cabecera de comarca leonesa, a la vez cabecera fluvial, cabecera de un ecosistema irrepetible, que escolta al río en los primeros latidos, en los primeros tramos, hasta que toma forma de ribera tras recibir la aportación del Tuéjar, del valle del Hambre, a donde ya llega saciado en cuerpo y alma, con los torrentes de Mental, de Tejerina, de Caminayo.

Recién nacido, antes del paso ante los hayedos y pinares que le escotan a la salida de la montaña a la que presta el nombre, el Cea se desenvuelve con la modestia que alimenta las grandes gestas. Ruge, pero no protesta, acaricia, pero no atosiga, y se deja vadear con facilidad allí donde no le hizo falta arrastrar praderío para desahogar las urgencias de las noches de lluvia torrencial y los deshielos que se van de mano. Para eso se dejó apuntalar por algún que otro abedul, y las balsas que redondean las camperas, donde pastan las yeguas y vacadas antes de que la nieve marque el cambio de ciclo, que no siempre tiene que coincidir con la caída de las hojas del calendario.

El valle que engendra al Cea está coronado por una cresta tan peculiar que el Google Lens equipara a medio centenar de parajes mundiales; ninguno alcanza el valor de ese circo de rocas que desnudas de mitad de cuerpo para arriba que acercan el paso del Pando y escoltan el reino del Cea de la cara norte que vierte al Esla; en ese timbal hídrico que destruyeron al inundar Riaño. Por el lado del mediodía, un chorro generoso da vida al Cea, que escolta León durante 165 kilómetros.