La Abadía, por los siglos de los siglos
La mayor concentración de chopos del país en León flanquea en hilera el río Moro, una de las dos arterias claves de la Abadía; la otra es una carretera infernal que atraviesa una paraíso místico, fundado entre vida y costumbres monacales, de entrega a Dios y al entorno; con sus lomas lisas y aterciopeladas, sus cuatro pueblos perfilados en costanas para dejar espacio al valle que hace más de mil años comenzó a tejer una historia fascinante de León
A quí se cumple al dedillo con la máxima de León en las comunicaciones: cuanto peor es la carretera, más fascinante resulta el lugar al que lleva. El camino a La Abadía puede echar atrás al viajero, que enseguida se animará a avanzar, empujado por esa formación en alameda que escolta al Moro, la concentración más alta por kilómetro cuadrado de chopos del país en León, reservorio para las sesiones inagotables de persuasión que se toman a pecho los relinchones cada primavera. De La Abadía queda lo que fue. Toda entera. Lo que fue cuando ya hace un milenio sentaba en monasterios a lo más granado de la intelectualidad de esta tierra; que tenía que ver con la expansión de la palabra de Dios y su puesta en práctica.
En ese valle que corona en forma de hoya para amparar el recorrido del Moro hasta el meandro que hace monumento histórico artístico el puente de la N-601 en la desembocadura del Porma, se guarda el tesoro de la esencia que fundó los cimientos leoneses.
Otra máxima: no hay tierra mala en León con asentamientos monacales. Algo tiene de divina la terrenal Abadía para inspirar a la monjes, nobles y reyes desde el tiempo que se fundó la memoria. Eslonza es un dominio leonés inspirador a la altura de Babia, un lugar del alma que permite pisar a los mortales, para que se tome como metáfora para las necesidades mundanas.
Recorre el viajero una carretera infernal que atraviesa un paraíso. Esa iglesia del Siglo XII que sortea la falda derecha del valle del Moro, en Villarmún, o villa de Vermudo, enclave que permite contemplar la grandeza creativa de la época con los ábsides y la dedicación a los espacios interiores, para epatar a los fieles con la grandeza generosa de Dios. Se podrá sorprender el viajero por el momento de conservación del templo, que en 1137, recogen los historiadores, ya daba algunas referencias documentales a cuenta de disputas territoriales y de mando en plaza entre el monasterio de san Pedro de Santa Olaja de Eslonza y San Isidoro de León. Hay apuntes de investigadores que localizan en este entorno la semilla del foro u oferta que sustenta las cabezadas.
Lo más emocionante de la Abadía es que sostiene el continente; a pesar del desgaste, a veces provocado por la mano del hombre. Y el contenido, en escenarios como el cenobio benedictino de Santa Olaja de Eslonza, que no le impide al viajero abandonarse a la satisfacción de la grandeza del lugar por el que el Moro lleva agua bendita hasta el Porma. Al costado del Esla, hay pocos lugares en León en los que esté tan a mano pasar del Priorato a la Abadía; por lomas moteadas entre robles que no parpadean, y encinas, versos sueltos en mitad de esa secuencia de endecasílabos que relatan con detalle el último milenio la historia de León.
De joyas arquitectónicas que conservan hasta hoy la vida monacal, al ritmo y pausa de la liturgia de las horas; del preludios de los maitines a las vísperas, que en otoño marca la retirada de la luz del día a sus aposentos. Y sus laudes, con los nidos de cigüeña ligeramente inclinados en las torres de espadaña, para que los rayos del Sol no cieguen la primera vista de estos centinelas indomables.