Diario de León

cuerpo a tierra antonio manilla

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L a tragedia de Castilla y el problema de León nacen de la idea de concebir una autonomía de dos regiones como solución al problema de la España invertebrada o, por mejor decir, dispareja. A causa de ese zurcido, en mala hora concebido por Martín Villa, hoy día contamos con una autonomía remendada, una especie de matrimonio de conveniencia cuyas desavenencias ya son públicas y del común, pues la desafección ha ido a más durante el desarrollo efectivo del estado de las autonomías para una de las partes, la leonesa, desplomándose en el ranquin de prácticamente cualquier estadística de progreso que se estudie. Disimular o acallar esa malquerencia, que es lo mismo que decir un sostenido vilipendio, una permanente ofensa por la que todo ha ido a menos en vez de a más, requeriría restablecer todas las inversiones hurtadas durante décadas, algo que a estas alturas se antoja presupuestariamente imposible. Esa es una de las razones por las que crece la reclamación del 18, la petición de una décimo octava autonomía: la convicción de que se ha llegado a una situación tan lamentable que de ninguna manera le podría ir peor a León solo.

Las distintas olas de leonesismo que durante estos cuarenta años han sacudido periódicamente a la sociedad leonesa, hasta ahora, eran unas iniciativas fundadas en el optimismo de que otro modelo autonómico era posible. Sin embargo, ahora, lo que alienta bajo la oleada actual es algo radicalmente distinto: el pesimismo irredento de que no existe otra solución. La convicción -con razones fundadas, estudios serios y estadísticas solventes que los avalan- de que, si no hay un golpe de timón, la provincia está sentenciada. Décadas de depauperización, económica y poblacional, han conducido a ver ya sin dudas que tras la próxima curva está el barranco. No es ya la utopía de raíz historicista la gasolina del leonesismo, sino la desesperación vital.

Todavía -y ese es un problema reivindicativo, que debe resolver el movimiento para conseguir una unidad de acción inequívoca- existen dirigentes transversales y alguno propio que creen que hay lugar para paños calientes en la sangría, que no consideran que se haya llegado a una situación de «vida o muerte». Serán los primeros a los que tendrán que convencer de que están siendo espectadores de su propio entierro. Hacerles comprender que las flores que llegan desde las oficinas de la Unión son ramos fúnebres. Paladas de tierra hechas de agua y viento.

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