Diario de León

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Vaya por delante que nunca he entendido el inconformismo. El inconformista siempre está conforme con su inconformismo, así que es una mierda de inconformista casi por definición.

Otra cosa, me parece, es el gruñón, ese hombre conforme con todo menos el inconformismo hasta el momento exacto en que le piden su opinión, que es cuando dentro de sí salta un resorte que lo transmuta como por ensalmo o posesión diabólica. A este tipo de persona no le molestan las cosas del mundo —y mucho menos se ampara en un pretendido perfeccionismo—, sino que le pregunten a él por las cosas del mundo; si le preguntan a otro le da exactamente lo mismo e igual hasta muestra interés por la respuesta, pero si está dirigida a él se lo toma como si fuera su persona lo que se cuestionase, así que ladra y hasta muerde. Es en defensa propia.

Aun así, como ladrar está peor visto en sociedad que rebuznar o dar ruedas de prensa, a este tipo de personas, de las que en todas las familias suficientemente amplias hay al menos una, la gente las cataloga piadosamente como de carácter fuerte o temperamentales. Cuando, además de un tipo de carácter, el gruñón es inteligente, sus respuestas suelen dar pie a uno de esos diálogos de besugos que resultan hilarantes y pueden durar horas. O, por el contrario, zanjan de un plumazo cualquier conato de cotorreo.

En una ocasión asistí a una contestación gloriosa de un notorio gruñón local. Se discutía sobre las posibilidades de ascenso que tenía aquella temporada la Cultural y alguien cometió la temeridad de pedirle su perspectiva. Respondió con una especie de sansirolé como los que más tarde inventaría el poeta Agustín Delgado: «Sida tiene las mismas letras que Aids, onírico que irónico, Roma que amor». No volvió a decir esta boca es mía ni nadie volvió a inquirirle por nada más. Aquel había sido un regate visible y un mordisco invisible. Creo recordar que incluso alguien pitó penalti y desde preferente se pidieron roja y expulsión. El inconformismo, para más abundar, no es progresista ni conservador, como tiene sus raíces en el yo es completamente apolítico. El verdadero inconformista es el gruñón, cuyo cuerpo entero está diciendo que no le toquen las narices, aunque su boca, ante cualquier cuestión, simplemente diga: «Ni lo sé ni te importa».

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