Diario de León

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Ojo a la gente que aclara que no le gusta el fútbol con la suficiencia de quien dedica el tiempo libre a la teoría cuántica. El fútbol ya ha superado a la religión en esa función de torquén moral que impide a los pobres matar a los ricos. Incluso aquí, donde los ricos han logrado ser hinchas de un equipo de pobres, al que se encargan de laminar de forma periódica para que no levante el vuelo y se escape a su dominio. Me gusta el fútbol es una confesión proletaria, de costumbre instruida en el esfuerzo, capaz de valorar lo colectivo como única forma de ensalzar al individuo. No es gratuito aquello de que el mejor jugador es aquel que pone su talento al servicio de los demás; la cita es de Lippi, aunque no se puede descartar a estas alturas de reinado que aparezca en el ideario político de Igea, ahora cuando llegue septiembre, y cambien el vademécum de la doctrina oficial. Otra cosa que sin fútbol no hubiéramos sido capaces de soportar. Pocas cuaresmas resultan más largas que ese éxodo del pueblo entre mayo y agosto, a pelo, sin Mundial ni Eurocopa para abrevar los días que nacen muertos de entusiasmo. El fútbol es una escuela; la mejor, para socializar, para el desarrollo íntegro, para moldear valores. Para mirar a la vida a los ojos en un descampado en el que no tienes otro cobijo que un pase en corto al lateral, un regate acertado, la manopla milagrosa del portero cuando el rival desarmó todas las líneas de defensa; la confianza en el compañero. Para aprender a vivir con la frustración, pasaporte sin el que no se puede llegar a ninguna parte, para administrar la adrenalina del éxito, para saber gestionar con humildad la euforia de los goles, la humildad que entrenan las derrotas. Fijarse en el fútbol, con el que la peor ceguera es ver únicamente el balón. Se abre el telón, y actualiza el acierto visionario de Johan Cruyff, al observar que el fútbol es lo más importante entre todos los asuntos mundanos que importan una mierda. El resultado del amor entre los niños y la pelota embelesa a las masas. Estas fechas del año siempre terminan por devolvernos la fe en once tipos que llevan en la camiseta el mismo escudo que cubre los corazones; los del Sporting, a la lucha, batalla sin cesar, arengan la ilusión por un ascenso. Esta vez, con la certeza de que se va a subir; de momento, el Pajares, para visitar el Toralín. Por algo hay que empezar.

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