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Editorial

Víctimas reales de un bloqueo político que se prolonga sin una solución clara

Ya se ha cumplido un lustro desde que un pacto entre el PP y el PSOE, de la mano de Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba, facilitó el relevo en la Corona. La abdicación de Juan Carlos I en favor de Felipe VI se realizó en un tiempo récord y los analistas plantearon que el objetivo era garantizar para España una de sus más importantes señas de estabilidad porque se avecinaban tiempos singularmente complejos en lo político.

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El final del bipartidismo, con la irrupción de las nuevas formaciones suscitadas al albor de la crisis, mantiene a España en una situación de ingobernabilidad que se prolonga desde entonces. La investidura fallida en 2015 empujó a España a una repetición electoral al año siguiente que generó un Gobierno débil del PP —aupado con la polémica abstención del PSOE—. La moción de censura y la nueva investidura sin éxito llevan ahora a que pase el tiempo con una interinidad cuyo mejor ejemplo es la precariedad de unos Presupuestos Generales del Estado carentes de toda lógica: Pedro Sánchez gobierna con unas cuentas que ideó el Ejecutivo de Rajoy y contra las que clamó con rotundidad, aunque finalmente fueron sus diputados los que las avalaron en el Congreso de los Diputados con sus votos tras el relevo en La Moncloa. Lamentablemente en ese proceso se hizo una vez más palpable que las cosas no habían cambiado tanto como se aseguraba, porque fue el Partido Nacionalista Vasco (PNV) el que primero apoyó al PP y luego al PSOE obteniendo los ‘tradicionales’ réditos.  

El conflicto actual es que ni siquiera con nuevas elecciones se prevé un escenario claro de formación de gobierno. Y aunque es cierto que muchas cosas siguen funcionando como prueban las recientes licitaciones de obra en León, hay asuntos que reclaman un Gobierno activo.