Un auténtico placer
Qué gusto da pasear estos días por los pueblos. Digo ahora, en verano, cuando el panorama es bastante distinto —radicalmente opuesto, mejor dicho— al del resto del año. Parece que el debate sobre la despoblación también se ha tomado unas vacaciones ante la escasa actividad política que caracteriza a los meses de estío.
Los bares de los pueblos han sacado sus terrazas, los arcones de las casas están llenos ante la avalancha familiar, los niños corretean libres, los adolescentes se agolpan junto a la casa del pueblo en busca de wifi y hasta te encuentras a alguien bañándose en el río cuando vas con las cangrejeras a darte un chapuzón en plena naturaleza. El verano es así. Las ciudades se vacían al mismo ritmo que se llena el medio rural. Hasta el agua escasea a la hora de ducharse. Somos muchos y eso se nota. Las mujeres vuelven a sentarse en su banqueta haciendo corrillo, los patios de las casas desbordan color y vida, los mercadillos medievales vuelven a invadirlo todo, las orquestas, la disco móvil y el botellón animan las noches y hasta el ayuntamiento se olvida de limpiar a la mañana siguiente, dejando un panorama desolador cuando la noche deja paso a la resaca. Así es esta estación, un poco loca.
Pero todo pasa y también lo hará el verano. Quedará otra vez en una borrachera pasajera que volverá a deleitarnos dentro de un año. Las casas de los pueblos volverán a quedarse vacías o casi, el sonido de los grillos dejará paso al silencio del invierno, al olor a humo de las cocinas de carbón o las chimeneas y al inquietante paso de algún perro vagabundo como único acompañante en las noches que ya se avecinan.
Volverá la nostalgia por disfrutar del calor, de los amigos de toda la vida, de la chaquetilla sobre los hombros en las noches de agosto, de la partida de mus o de tute y del tiempo libre. De ese que tanto escasea en este mundo moderno en el que hemos ganado y perdido tanto a la vez.
Y regresará de nuevo el debate político, las acusaciones, las propuestas y las cumbres contra la despoblación. Como el llenazo del verano, todo volverá a repetirse. Y volverá a aburrirnos la falta de voluntad, de llegar a un acuerdo, de medidas reales que acaben con un problema que nos atenaza, que mata lentamente a los pueblos. Porque, aunque ahora no lo parezca, éste muerto aún no ha revivido.