Vaya pedal
Dirá el lector con sobrado motivo que ya está bien de meter palomas en este gallinero, que aburre tanto jaleo palomero y que bastante tiene ya con soportarlas en parques, calles o terrazas donde chulean migas o devoran chuches que les echan los críos. Pesaditas y cagonas, ¿quién no odia a las palomas?... Pero nos resta un asunto palomero que tiene su gracia y ha de conocer el lector por tratarse precisamente de la estrecha relación que hoy se da entre la paloma y la terraza de bar donde se muestra tan confianzuda, que a veces se te sube al respaldo de la silla y te cogotea la nuca pidiendo más. Sin embargo, me cuenta M. que hay en esta ciudad un bar (de cuyo nombre sí quiero acordarme, pero no revelaré ni en presencia de mi abogado si me cae querella animalista) que ha encontrado contra el acoso palomero en su amplia terraza una solución ingeniosa o al menos una tregua risible (intelectus apretatus, discurrit que rabia). Remedio sencillo, barato y generoso: se colma un plato de migas de pan, se las empapa con orujo a modo y se espolvorean con algo de azúcar (no hay mejor refrigerio, anota Octavito)... venid, palomitas, el jefe invita... suficiente para que en la cabecita de esas pajaronas bulla al poco rato un pedo del copón; y entonces, a chupitos ciegas, se retiran a dormir la mona por ahí o se desorientan y deambulan dejando así tranquilos a los parroquianos un tiempo. Y ahora dirán que es un remedio salvaje, flagrante delito animal perseguible de oficio. Seguramente, pero... ¿alguien preguntó a las palomas qué piensan de su gran descubrimiento o si se ven maltratadas?... porque vuelven... y porque también los mandriles y muchas especies se emborrachan con bayas fermentadas o pillan su pedal con hongos de la risa. La naturaleza es así. Y ya que mueren atropelladas buscándose la vida, comulgar con Genarín les hará celestial su tránsito. Empeñadas en ser urbanas, solo les faltaba el botellón. Y ya lo tienen. Que se jodan. La vida silvestre no nos obedece, nos imita... siempre que puede o le interesa.