España, potencia media
España es ya en términos políticos la tercera potencia europea, descontado el Reino Unido y claramente por delante de Italia, que aún nos aventaja ligeramente en magnitudes económicas pero a la que hemos adelantado por influencia, madurez política y sentido de la orientación en la UE. Quiere decirse que nuestro país desempeña un protagonismo relevante junto al eje francoalemán, vertebral de la UE, al que puede aspirar a modular si adopta una actitud intervencionista, contributiva, al devenir de la Unión. Tanto en el plano institucional —España ostentará la Alta Representación en Política Exterior que desempeñará Josep Borrell— como en el político —una española preside en Grupo Socialista en el Parlamento Europeo, al ser la delegación española la más numerosa de la Eurocámara.
La Unión Europea, que está reaccionando al descabellado brexit con un reforzamiento del engrudo integrador, ya ha visto que su autonomía es un activo que deberá cultivar en el futuro, incluso en materia de Defensa, puesto que los Estados Unidos han recuperado la vieja actitud introspectiva y debilitan conscientemente la avanzada multilateralidad que se había logrado tras el fin de la guerra fría. Europa tiene que ser un actor por sí mismo, desde luego interesado en mantener el vínculo trasatlántico que da consistencia a la visión occidental de la realidad, pero dispuesto a mantener sus propias posiciones en el mundo: la relación con Rusia tiene que ser un asunto preferente propiamente europeo, así como el tratado nuclear con Irán —vinculado a la estabilidad del Próximo Oriente— y la relación con China, una dictadura blanda que ya ejerce un incuestionable liderazgo global.
En todos estos asuntos, España debe tener una posición definida, que convendría obtener de los consensos internos y que los sucesivos gobiernos estarían obligados a llevar a Bruselas para marcar agenda, promover los debates y conseguir líneas de avance. De momento, parece claro que la UE debería reaccionar en un asunto bien candente: la presión migratoria, que no es fenómeno espontáneo sino que proviene del caos africano, que debería ser abordado política e incluso militarmente por Europa (no tiene sentido intervenir en el Sahel y no en Libia). La crisis libia tiene que exportar por fuerza inestabilidad al Sur de Europa. Y lo hace, por supuesto.
Hoy, nos corre prisa la estabilización interna de este país dotándolo cuanto antes de un gobierno duradero, pero en cuanto este designio esté conseguido, convendría elevar el tono de la reflexión y del debate para diseñar el papel que nos corresponde, no como un miembro más de la UE sino como la potencia media que somos, con gran capacidad de interlocución con Francia y Alemania y con una visión que aportar a la política y a la progresión europeas.