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Desde siempre, Astorga ha sido la ciudad mejor comunicada del noroeste. Y hablar de siempre, tratándose de Astorga, es referirse a horizontes que superan los dos mil años. Sin caer en los delirios fenicios de uno de sus arqueólogos comarcales, a ver qué otro enclave peninsular podría presumir con fundamento de ser punto de destino de dos vías principalísimas romanas, como la de la Plata y la Trajana, que enlazaba Astorga con la capital del Imperio. Hoy conserva esa condición de ciudad leonesa mejor comunicada.  

Por eso, no debe extrañar que en la única ocasión en que se proyectó para España una división territorial cartesiana, durante la fugaz ocupación francesa, Astorga fuera promovida a capital del Departamento del Esla, dependiendo de ella los partidos judiciales de León y Oviedo. En los estíos, los astorganos muestran una decidida predilección por el rescate y asunción de su pasado romano. De este modo, para engrandecer sus fiestas veraniegas se disfrazan de centuriones y vestales y rememoran en el ceremonial del circo la alegría que el oro de las Médulas depositaba en la ciudad.  

Pero no siempre ha sido así. Porque además de romana, Astorga fue levítica, jacobea, maragata, castrense y embaucadora con ardides del indomable Napoleón. Ahora asienta en el filón romano uno de los ganchos de su promoción turística, que ofrece un circuito y un museo estupendamente instalado en su rescatada ergástula o cárcel de esclavos. Los monumentos de Astorga se agrupan en ambos extremos del rectángulo amurallado. En medio, el viajero encuentra espacios entrañables, sus acreditadas confiterías y la bajada al museo del Chocolate. La travesía por el paseo de la muralla, que los astorganos conocen como paseo de Invierno, ofrece los horizontes imponentes del Teleno.  

El pórtico del flanco romano es la plaza Mayor, que preside el consistorio barroco con su fachada de balaustres rematada por dos torres y en su centro la campana de las horas, cuyos sonidos gobierna una pareja de maragatos articulados: Juan Zancuda y Colasa. Desde el jardín de la Sinagoga, en el espolón de la muralla, se atisban hermosos horizontes y la entrada de la ruta jacobea. Toda la ciudad, desde aquí al parque del Aljibe, tras la catedral, es un dédalo gozoso de calles para comprar y perderse.  

Aledaño al palacio de Gaudí se yergue sobre un pináculo catedralicio Pedro Mato, símbolo maragato de hazañas apócrifas en la Batalla de Clavijo. La catedral inició sus obras a fines del quince y se prolongaron hasta los años sesenta del siglo veinte, cuando remató su torre grisácea. La fachada barroca y el retablo mayor de Becerra son las joyas del templo, que cuenta con un museo menos visitado pero con mejores piezas que el concurrido de los Caminos.