Dios protege a los estúpidos
La crisis le llevó a dejar su vida de inversor pegado a un ordenador y le animó a «volver a casa», a pasear por un entorno mágico y a sumarse con talante griego (discutiendo por todo y alargando cafés y vinos hasta el infinito de la charla) a la nueva gallina de los huevos de oro de la zona: el turismo. Pasó de preocuparse por el dinero de otros a gestionar su tiempo entre riscos y tours, en los que apunta ahora a un monasterio imposible, ahora a una hierba silvestre; lo mismo te mete en una tienda de abnegadas monjas (expertas en el comercio del recogimiento) que te da una mora del camino como fruto exótico. A la mayoría se lo parece, yo soy del Torío, pero callé por no romper el hechizo.
Las historias de Dimitri flotan en el universo absurdo de Meteora. De Jimmy. Su abuela regresó de la aventura americana con el nombre del abuelo perdido y no dio opción. «Nunca discutas con una mujer griega. Bueno... con una mujer». Las historias centenarias se mezclan con las anécdotas locales. En lo alto de uno de los peñascos la pared vertical invita al vértigo con un peldaño ínfimo. Hay una cruz blanca. «Desde hace décadas los adolescentes suben allí para que no les llamen gallinas. El camino en el que apenas caben los pies tiene una brecha de un metro de ancho sobre el vacío. Todos los jóvenes de aquí hemos saltado. ¿Sabes cuántos muertos ha habido? Ninguno. ¿Sabes por qué? Porque Dios protege a los estúpidos. En el pueblo no hemos logrado encontrar otra explicación».
De vuelta a casa la rutina sustituye a la magia. El run run no ha cambiado. Seguimos atascados en el desgobierno y la estulticia de quienes se resisten a aceptar que ya no habrá, ni ahora ni nunca, mayorías aplastantes con las que hacer de su capa un sayo. Amenazan con nuevos comicios, como si hubieran sido pocas las convocatorias en tiempos recientes y como si los votantes fueran a cambiar de cromos en tropel. A priori puede parecer que las cosas siguen funcionando en el singobierno, pero la parálisis deja fracturas irrecuperables. Y no parece que se avecinen tiempos fáciles. El cortoplacismo de intereses de todos los partidos implicados en este insufrible desgobierno es estúpido y egoísta. Intolerable.
Ojalá se cumpla aquí la máxima de Meteora y Dios siga protegiendo a los estúpidos para que no se despeñen. Y evite así que nos arrastren con ellos.