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Cuando tropiezas tantas veces en la misma piedra, seguramente la piedra se siente útil. No con esa ‘utilidad’ de las palabras que pueden convertirse en piedras para utilizar como proyectiles. Se lo oí en cierta ocasión al admirado Andrea Camilleri, recientemente fallecido. Buscar la utilidad de las cosas no tiene por qué ser siempre tarea prioritaria. Perderse por las vaporosidades activas de lo inútil refresca con frecuencia el espíritu y añade otra dimensión a la vida Ni mejor ni peor, simplemente distinta. Como esa piedra útil que siempre advierte en el camino para que no le hagamos caso. De ahí la inutilidad del pensamiento con que se me ha ocurrido abrir estas hojas. Le añado, de momento, otras dos ocurrencias por si tiene a bien el lector de este lunes tenerlas en cuenta para esa colección de inutilidades que alimenta muchos espacios de las horas vacías: A veces nos perdemos por los laberintos del lenguaje y la palabra no encuentra la puerta de salida. La segunda, de momento: La memoria y el olvido viven tan cerca, que nos podemos confundir al llamar a la puerta. Nadie olvide, como apunte complementario, que las puertas se inventaron no solo para entrar, también para salir.

Leí recientemente un hermoso libro de Xuan Bello, Incierta historia de la verdad. Y en él: «La patria de una persona, lo decía Anna Ajmátova, la gran poeta rusa, son los siete palmos de tierra que cualquiera necesita para ser enterrado». Hablando de tierra, pienso en los árboles, que echan sus raíces silenciosamente, sin que sus caminos dispersos hieran la razón esencial de la tierra. Otra cosa son las llamadas raíces del hombre. Hablamos poco de estas cosas, a pesar de que en la tierra está el germen del mundo y la semilla definitiva que nunca llegará a crecer. Allí la atmósfera de la verdadera y definitiva dignidad. Por eso la dignidad está reñida con la soberbia.

Hay muchas actitudes en la vida que tienen difícil comunión con la soberbia. Si saber retirarse a tiempo es una virtud, querer gobernar ex cathedra desde la sombra, pura soberbia. Deberían entenderlo algunos políticos, que se creen reencarnación de todos los dioses y creen que el pueblo les debe adoración y pleitesía.

La pobreza, tan aguda y cercana, nos mira a la cara. También en verano, la estación radiante en que lo efímero parece tener carta de naturaleza. Nos mira y volvemos la cara, sonrientes, hacia otro lado. Solo el amor, que no tiene estaciones, es capaz de remover las conciencias. Buenos días.