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EDITORIAL | Una familiaridad peligrosa que exige intervención

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La recuperación de la población de osos pardos es una buena noticia, perseguida además en las tres últimas décadas con actuaciones y proyectos encaminados a preservar a una especie emblemática de la montaña cantábrica. Una especie protegida por la legislación española desde 1973 y también por la europea, ya que durante años ha estado en grave peligro de extinción.  

Los planes de recuperación están siendo un éxito y el número de ejemplares se ha incrementado y ha recolonizado nuevos territorios. Un acierto que necesita ser gestionado adecuadamente por las administraciones competentes, en este caso la Junta de Castilla y León. La presencia de varios ejemplares en los últimos días en localidades de Villablino y Caboalles de Arriba no es un caso aislado, y más allá de los daños en ganado y explotaciones ha despertado el lógico temor entre los vecinos.  

Hace ya tiempo que el Gobierno central y las autonomías afectadas preparan un protocolo de actuación en el caso de los osos habituados a la presencia de personas, y que se aficionan a la comida de origen humano, lo que les hace deambular con confianza por pueblos y explotaciones. La Consejería de Fomento y Medio Ambiente ya ha hecho alguna de estas recomendaciones en Laciana, que de momento están muy lejos de ‘convencer’ a los osos de la zona de alejarse de los vecinos y sus propiedades.  

La situación exige medidas urgentes. Una cosa es que los osos lleguen a colmenas y rebaños y la administración se haga cargo de indemnizar los daños y otra muy distinta que lo que esté en juego sea la seguridad de las personas y la tranquilidad de los vecinos.  

Lograr la convivencia pacífica de los humanos y especies protegidas como los osos y los lobos sigue siendo una asignatura pendiente de las políticas medioambientales. La solución no es fácil, pero la situación no admite retrasos ni dudas. Lo que está en juego es demasiado importante.