Diario de León

Antonio Manilla

Repoblación veraniega

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El único agente contra la despoblación de eficacia probada es el verano. Niños y luces de verbena que inundan los pueblos con su ajetreo de pedaladas y lentejuelas en el pechamen de unas vocalistas que se contornean eléctricas, como si estuvieran haciendo la digestión por fuera. Paseantes y ladridos. Ese guindal de Nieves ante el que todo el mundo se para y le arranca una cereza que se lleva a la boca para recordar el sabor de la infancia, hasta que solo quedan las más altas, de las que darán cuenta los gorriones antes de que llegue el otoño y la soledad. Pero, mientras dura, el estío levanta su populoso espejismo de vida. Hace de las aldeas un oasis en cuerpo a tierra antonio manilla Repoblación veraniega el que la existencia tiene visos de época pasada, agitación de unos días idos porque los trilló el tiempo en La Lampaza con su paso circular e insomne sobre la era de la edad. ¿Qué veranos recuerdan los que no tienen pueblo? Excursiones a una playa con escalerona y atardeceres contemplados desde la terraza del bar del barrio, acaso. La nostalgia no tiene edad pero sí estaciones, y la más propicia al olvido es el pródigo otoño que ya se aproxima, amenazando con llevarse consigo los recuerdos nuevos del viejo estío: la memoria de unas aldeas como entonces, cuando el progreso no las había vaciado de gente o —según la neolengua política— llenado de soledad y vacío. La abuela que hacía jabón y manteca, el abuelo que echaba en el zurrón chorizo y un mendrugo y subía a Picogallo, los niños que nos escapábamos de la siesta para ir a ver el cuerpo de un caballo pudriéndose junto al Torío. Recuerdos viejos del nuevo estío. Acaso la virtud de los veranos que repueblan nuestra melancolía sea esa: su porfía y la capacidad de crear en nosotros el espejismo de que las cosas se repiten, alzadas por nuestra momificada ilusión de niños que aún cazan murciélagos bajo una farola, descienden a tumba abierta en bicicleta la cuesta del Rocín o intentan atisbar al final de las largas piernas de la cantante que anima la verbena el más allá. Es el resabio del verano: su veneno. Pronto no habrá adolescentes buscando una era apartada para robarse un beso, perros ni paseantes. ¿Qué otoños, inviernos y primaveras les aguardan a los pocos que se quedan en los pueblos despoblados de la España abandonada?

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