Diario de León

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No crecer más, o no crecer como se solía, no es menguar. Aunque antes de la reestructuración financiera ese fuera el argumento esgrimido por las entidades de todo pelo para meter el miedo en el cuerpo del ahorrador. De nuevo surgen, con otros escenarios y protagonistas, los tensos llamamientos a la sospechosa calma. A eso se aferran quienes apuestan por ver la bola de cristal del futuro medio llena, en lugar de escuchar las preocupantes predicciones que, dicho sea de paso, van sumando adeptos.

Sin caer en lo apocalíptico, es difícil abstraerse a lo mosqueante. Empieza a liarse la madeja del no crecimiento, ralentización, desaceleración, crisis y recesión. Sólo que no ha dado tiempo a cosechar prosperidad, aunque fuera desmelenada e irresponsable, como tanto se nos ha reprochado a los ciudadanos que antaño nos empeñamos en vivir por encima de nuestras posibilidades, mecachis en la mar. En esta nueva economía de más ricos mucho más ricos, pero sobre todo inmensa clase media creciente a verlas venir (y de ahí para abajo bendito sea Dios, o sea, allá la beneficencia os ampare o no); los organismos de la predicción nacionales e internacionales comienzan a colocar en el mapa tormentas para el fin de semana y chaparrones en Año Nuevo, con isobaras por aquí y por allá todas revueltas e imprevisibles; mar de fondo en todos los golfos conocidos y los que nos aparecerán; y vientos encontrados de levante, poniente y ponte pa’llá que despeinan las ideas y reflexiones del más pintado.

Borrasca o gota fría, ya veremos. Pero la cosa pinta de color de cojón de grillo. Con que, qué esperar de esta nuestra pimpante economía, que aunque saca pecho estadístico europeo es pequeñita y altamente dependiente. Y no encuentra posibilidad de avanzar en la reinante ciénaga de la soberbia colectiva ombliguera y minicortoplacista, torpe, pobre y egoísta. ¿Qué puede esperar un país atrapado en la imbecilidad colectiva que en la práctica lleva más de un lustro sin ser capaz de argumentar unos Presupuestos Generales del Estado sólidos y comprometidos, y se prepara para batir el récord de parálisis en momento crítico? ¿Qué fiar a quienes han dilapidado la torpe recuperación en sainetes intolerables? Qué delegar aquí y ahora, anclados en nuestras frágiles convicciones individuales y naufragando en las inabarcables amenazas que nos bombardean. No hay a quien salvar del desastre si no es por cuestión de ciega fe partidista. ¿Y qué cambia eso? Sólo se atisba el abismo.

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