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En la misma semana histórica en la que un grupo de iluminados se citó en las inmediaciones del Área 51 para liberar a los extraterrestres que almacena el gobierno de los Estados Unidos en la mítica base militar, España consumó el asalto al Parlamento liderado por la política zombi. No se puede tratar de una coincidencia. Después de nueve años desde el advenimiento, los apóstoles de la nueva política y los reinterpretadores de las viejas siglas se lanzan a salvar la democracia, a fuerza de nuevas elecciones, con el mismo éxito con el que en el desierto de Nevada rescatan a la civilización los aficionados a guardar en el fondo del armario un gorrín de papel de aluminio en forma de embudo para ponérselo en la cabeza por si vienen los hombrecillos verdes. Tomen ejemplo. Toda precaución es poca para evitar ser abducidos durante el mes y medio que se viene encima y las semanas posteriores, en las que será más fácil ver un platillo volante sobre La Moncloa que un presidente asentado en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo. El fracaso de la formación de Gobierno acomoda al fin la política a un juego de adolescencias mal digeridas. La trama se arma con mensajes de whatsapp cruzados, citas clandestinas, llamadas de teléfono desatendidas, desplantes sonoros en público y la ruptura final. Un relato que actualiza las novelas de Corín Tellado, pero con los diálogos pervertidos por los guionistas de Sálvame, que fue uno de los primeros foros en los que se coló Pedro Sánchez, seguido después por el resto de chicos de moda que lideran los partidos, para convertir el parlamento en un patio de luces. Nada que no nos merezcamos. Se empieza por reclamar más participación ciudadana y se termina por que los protagonistas deleguen sus responsabilidades en quien les paga. El hastío que provoca la nueva convocatoria de elecciones deriva en tres impulsos básicos de la ciudadanía: que no se puedan volver a presentar los mismos candidatos, que no cobren hasta que haya un gobierno y que no se vaya a votar en esta ocasión. Pero al final el panorama recuerda al que describió el gran John Benjamin Toshack cuando entrenaba al Real Madrid: «Los lunes siempre pienso en cambiar a diez jugadores; los martes, a siete u ocho; los jueves, a cuatro; el viernes, a dos; y el sábado ya pienso que tienen que volver a jugar los mismos cabrones». No se calienten. La alineación ya está hecha.