Españoles, la patria está en peligro, acudid a defenderla
FERNANDO JÁUREGUI
Claro que yo no digo que estemos como en 1808, cuando los alcaldes de Móstoles Andrés Torrejón y Simón Hernández lanzaron su proclama contra la invasión francesa. Claro que no. Pero leer algunos titulares de los medios este domingo, víspera de la jornada en la que íbamos a ser llamados oficialmente de nuevo a las urnas, escuchar ciertos programas radiofónicos, provocaba no poca reflexión: los había que avisaban de que con la crisis se han perdido ya doscientos mil puestos de trabajo, los que titulaban que ‘España está en funciones’. Y los que, tirando de las sacrosantas encuestas, advertían de que el noventa por ciento de los españoles se siente ‘decepcionado, enfadado o preocupado’. O todo ello al tiempo. Si la patria no está en peligro, no de invasión de potencia extranjera alguna al menos, sí hemos de convenir en que está moralmente deteriorada. Y me atrevería a decir que los ciudadanos no creen ya que sus representantes entiendan la gravedad de esta crisis moral.
Defender a la patria, en estas circunstancias, no puede hacerse sino desde la crítica procedente de la sociedad civil —aunque los representantes de esta sociedad parece que hacen oídos sordos al clamor suscitado por el fracaso que significa la repetición de elecciones— y, claro, desde el voto. Las encuestas de este cuarto de hora evidencian que el Partido Popular sería el que más escaños ganaría el 10 de noviembre con respecto a los que ahora tiene, pero que sería el Partido Socialista nuevamente el ganador. Por una mayoría insuficiente, que le obligaría a pactar de una vez. Y, entonces, pactar ¿con quién?
Porque produce simplemente espanto pensar que puedan reproducirse —sería la tercera vez— los encuentros agónicos entre Sánchez e Iglesias tras las lindezas que ambos se han dedicado. Si no se entienden, me parece que nosotros tampoco entenderíamos que volviesen a hablar de pactar, de gobiernos de cooperación, de coalición para el progreso, de acuerdos programáticos, de a ver qué ministerio me das... Yo qué sé. Agua y aceite no se mezclan. Además, hemos de ver el efecto, yo creo que no tan grande como hoy piensan algunos, de la irrupción de Iñigo Errejón en alguna(s) lista(s): hoy por hoy, Unidas Podemos, aunque a la baja, mantiene el tipo. Y mira que las huestes de Pedro Sánchez han hecho lo indecible por horadar a ‘los morados’, sus teóricamente ‘socios preferentes’, decían. Veremos, en fin, lo que ocurre cuando, dentro de mes y medio, vayamos a las urnas. Porque la opinión pública española es, y lo ha demostrado, una veleta capaz de girar ciento ochenta grados en dos días.
Ya he dicho que el que más crece es el PP de Casado y hay que reconocer que el líder ‘popular’ es el que se ha mostrado más sereno, en medio de sus errores —el mayor se llama Cayetana Alvarez de Toledo, creo—, de todos los responsables del desaguisado. Pero quien sigue liderando el pelotón se llama Pedro Sánchez, y sobre sus hombros va a recaer presumiblemente de nuevo la tarea de construir una mayoría para gobernar.
Este lunes, aunque no oficialmente, se da el pistoletazo de salida para la campaña ‘oficiosa’: mítines, encuestas a gogó, controversia sobre cuántos debates en las televisiones, en qué televisiones y con qué participantes, carrera por aparecer en programas ‘frívolos’ pero de gran audiencia... Lo de siempre, vamos. No hemos sido capaces de corregir ninguno de los grandes, ni de los pequeños, defectos que afectan a nuestra reglamentación electoral y los partidos concurren con los mismos mimbres, incluyendo las insuficiencias constitucionales y legales —la que se va a montar con la candidatura de Oriol Junqueras, por ejemplo, va a ser de órdago—, de siempre.
Así, si ellos no lo remedian con una dosis de realismo, de sentido común y, sí, de patriotismo, el resultado en la noche del 10-N va a ser más o menos el mismo, nueve o diez escaños arriba o abajo. Y los oyentes de las radios, cada vez más decepcionados, irritados y preocupados porque, sí, la salud moral de la patria está en peligro, les seguirán poniendo a caldo. O sea, como ahora. Pero en tono cada vez más alto.