¿Hay alguien ahí?
Supongo que no valdrá para nada, pero tampoco está en mi mano hacer mucho más. He pedido que no me manden propaganda electoral. Lo mismo que han hecho ya un montón de ciudadanos españoles asqueados por la nueva cita con las urnas. Lo he hecho, primero, porque creo que nunca he abierto uno de esos sobres que llegan a casa con la cara del político de turno maqueado, con una pose excesivamente estudiada que poco o nada deja a la naturalidad, aunque la busquen a conciencia sus asesores, porque la política y la naturalidad son un matrimonio mal avenido. Me da bastante pereza.
Y segundo, porque tengo derecho a patalear y, hasta ahora, no he encontrado una forma mejor de hacerlo. Me parece increíble del 10-N. Lo pienso y me indigno.
Dicen que las grandes cosas se consiguen a base de pequeños pasos y eso es lo que espero que pase con esta iniciativa que ya ha conseguido más de 112.000 solicitudes en unos pocos días. Que se den cuenta de que el hartazgo ciudadano es una realidad.
Decía yo aquí hace unos meses que la esperanza es lo último que se pierde y que el Gobierno de Pedro Sánchez merecía una oportunidad después de tanto hastío ciudadano por las cosas mal hechas. Me equivoqué. Vislumbré un atisbo de cambio donde, con el paso del tiempo, sólo he visto desgana y desinterés.
Hasta el 10-N queda algo menos de dos meses. Un tiempo en el que volverán a aburrirnos con su campaña de dimes y diretes, de buenas intenciones, de promesas que nunca se cumplen. Y ellos, al contrario que nosotros, parece que no se cansan.
Decía Charles Chaplin que «mirada de cerca, la vida es una tragedia, pero vista de lejos, parece una comedia». Y eso es lo que le pasa a la política. Parece de risa, una tomadura de pelo que nos cuesta un dineral.
Pero, aunque el panorama se parezca al de un circo, lo cierto es que es nuestra realidad, es la que nos toca vivir. Y no sabemos lo que nos deparará ni cuando dejarán de hacer malabarismos para parase a pensar en lo que quieren los ciudadanos. De verdad, ¿hay alguien al otro lado?