Diario de León

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«Las elecciones, en democracia, nunca pueden ser un fracaso», ha proclamado la vicepresidenta del Gobierno en funciones, Carmen Calvo, ante la convocatoria de nuevos comicios generales. Expresado así, el aserto resulta irrebatible. Dicho lo cual, habrá de comprender la señora Calvo el manifiesto hartazgo ciudadano ante tan reiterado recurso a las urnas ante la incapacidad política para alcanzar acuerdos de gobernabilidad.

Hace tiempo que los sondeos del CIS señalan a los políticos en general como uno de los principales problemas de la sociedad española, percepción que a buen seguro se habrá agudizado después de que los partidos concernidos hayan devuelto la pelota al tejado de los electores. El 10 de noviembre será la cuarta vez que celebramos elecciones generales en menos de cuatro años, que es el periodo establecido para una sola legislatura. Añádase a ello que el pasado mayo acudimos a votar por partida triple en las municipales, autonómicas y europeas.

España no es Italia, donde los gobiernos raramente duran más de un año, pero lleva camino de serlo. La inestabilidad se asocia inevitablemente a la fragmentación política derivada de la irrupción de Podemos y Ciudadanos, que puso fin al bipartidismo imperante hasta 2015. Pero no tiene lógica que antes nos quejáramos de un bipartidismo reductor que había degradado la vida política y ahora nos lamentemos de una fragmentación que no es si no el reflejo de un saludable pluralismo político. Siguiendo el principio apuntado por Calvo, si las elecciones nunca pueden ser un fracaso, menos aún puede serlo el pluralismo de la sociedad española.

Por más que cada uno intente imponer su «relato» —especialmente el PSOE y Podemos, imputándose mutuamente su desacuerdo—, ningún partido ha sido ajeno al bloqueo. Tampoco el PP, que, en el precedente análogo de 2016 y a través del propio Pablo Casado, consideraba inconcebible que el primer partido de la oposición no se abstuviera para facilitar en aras de la gobernabilidad la investidura del candidato más votado. Y no digamos Ciudadanos, que se ha autoexcluido por completo de cualquier solución.

Cada elección responde a circunstancias variables y, aunque no lo parezca, en los últimos seis meses se han movido muchas cosas en la política española. Vox se ha desinflado y ya no marca ninguna pauta, el caudillismo de Albert Rivera está conduciendo a Ciudadanos hacia el proceso de autodestrucción que ya transitó la UPyD de Rosa Díez y a Podemos, por si no tenía bastante encima, le acaba de salir el grano de Errejón. Con la polarización incentivando el llamado voto útil, para bien o para mal el bipartidismo se apresta a resurgir, cual ave fénix, de sus nunca apagadas cenizas.

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