Cerrar

Creado:

Actualizado:

Estoy deseando ver la película de Amenábar sobre la enganchada entre Unamuno y Millán- Astray, el 12 de octubre de 1936, en Salamanca. Todo un carácter, don Miguel. Mantuvo que a Cervantes el Quijote le había salido como el burro hizo sonar la flauta, de chiripa. Tenía un gran sentido del humor, enmascarado bajo su apariencia de sabio gruñón. Pero dicho día no bromeaba. Recientemente, he podido escuchar la única grabación que existe de su voz, me la esperaba tipo capitán Haddock y la tenía de profesor Tornasol. Lástima que de aquel rifirrafe con el fundador de la Legión no quede registro sonoro alguno, sino testimonios de testigos que discrepan en algún matiz o en alguna palabra, pero no en lo esencial de los hechos, que es lo que importa, más que si el militar gritó «abajo la inteligencia» o «abajo los intelectuales». Lo que cuenta es que Unamuno murió bajo arresto domiciliario, el 31 de diciembre de ese año. Tampoco me importa si la suya fue muerte más cervantina que quijotesca, era uno de los grandes españoles que ha dado el siglo XX. «España está espantada de sí misma», le declaró a un periodista francés, en una entrevista poco antes de morir. Y en otra a Kazantzakis, futuro autor de Zorba , el griego: «No, no soy fascista, ni bolchevique. Soy un solitario».

Don Miguel, en Andanzas y visiones españolas, asegura que en 1906 se sometió a un exorcismo en nuestra colegiata de San Isidoro. Según cuenta, el abad le sacó «los demonios del cuerpo», con la mandíbula de San Juan Bautista. Hombre, siempre te queda alguno. A mí los demonios de la soledad me los exorciza a diario mi mujer.

Como periodista me interesa la verdad y sé que una coma puede modificar un significado. Pero no considero que ya sea esencial si Unamuno dijo «vencer no es convencer» o «venceréis pero no convenceréis». No altera la tragedia que sufrió España. Tampoco creo que el general Millán-Astray fuese un zoquete. Pero todos sabemos cómo siguió la historia, incluso después de que ambos hubiesen muerto. Parte de nuestros lastres actuales tienen su origen no tanto en aquel suceso concreto como en ese trágico verano, que lo convirtió todo en crudo invierno. Lástima que el general no se pasase también él por San Isidoro.