EDITORIAL | Cicatrices mineras para cerrar y para rentabilizar
Cerrar algunas de las heridas que deja la historia del carbón no será fácil. Ni siquiera las que quedan sobre el terreno. El esfuerzo necesario para que el abandono de las explotaciones mineras no amenace la seguridad de los pueblos bajo cuyas calles se excavaron galerías durante décadas, o para que las montañas recuperen la estabilidad que les restaron los cielos abiertos, va a ser grande tanto en voluntad administrativa como en compromiso presupuestario. Los primeros pasos para analizar qué hacer con las cicatrices del Feixolín y Fonfría son buen ejemplo de ello. Sólo el informe que determine el estado de las montañas (cuyas laderas ya han advertido de los movimientos de terreno que sufren) tendrá un coste de casi 500.000 euros y un trabajo científico con las últimas tecnologías de al menos dos años. A partir de ahí, conclusiones y plan de actuación.
Las medidas de cierre ordenado del sector no pueden dejar de lado ni un minuto la seguridad de los pueblos y parajes en los que se ha desarrollado la actividad minera, porque de ser así en algún momento habrá que lamentar alguna desgracia que debe ser evitada desde ahora. Esa debe ser una de las principales reivindicaciones de los municipios mineros.
Pero no la única. Y no sólo del carbón. Poner en valor la historia y el patrimonio industrial heredado, aunque abandonado, es una de las opciones de zonas que se aferran a arañar alternativas económicas. Es el caso de Corullón, que a sus bondades naturales quiere sumar la recuperación de la historia del wolfram. Están convencidos de que el otrora codiciado mineral puede dar todavía algo de vida a los pueblos que conocieron tiempos de prosperidad a cuenta de su explotación.