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Con la mortaja del día de Todos los Santos fuera ya de los arcones, los tarucos de las madreñas despellejados y la escarcha achusmada tras la sebe que el rocío levanta aún en estos pagos de octubre sobre la lluvia de manzanas que amanecen en el suelo, los pueblos decidieron parar esta semana cinco minutos para reclamar a las administraciones soluciones a la despoblación. Antes de que no quede nadie, salvo los valientes que se atrincheran a esperar al invierno con los varales de la hornera lustrosos por la matanza y el humo de la chimenea como todo testigo de vida, el mundo rural leonés se subió a la espadaña de la iglesia para que las campanas tocaran a muerto por el funeral que se avecina.

El tañido resonó en el vacío, mientras los presidentes de la Junta y del Gobierno, Alfonso Fernández Mañueco y Pedro Sánchez, asomaban la cabeza al Twitter para mostrar su preocupación por una realidad que les queda lejos del horizonte del radar con el que guían sus decisiones.  

Todo para el pueblo, pero sin los pueblos avanza como la reinterpretación del despotismo ilustrado en el que se encastillan las administraciones. Fuera de la moda del debate sobre la España vacía, que no traspasa el ejercicio intelectual, las decisiones encaminan el futuro de estos territorios hacia la aplicación de los cuidados paliativos que les lleven a una muerte dulce. Por ahí va la última idea de la Junta, que propone centralizar la atención médica en núcleos de referencia y dejar los consultorios de los demás pueblos a cargo de una enfermera.

Luego, vendrá que los colegios queden a cargo del bedel y más tarde que los cuarteles de la Guardia Civil libren con un perro atado a la puerta para ladrarle al viento. El desmantelamiento de los servicios públicos encubre la estrategia de concentración que se le escapó al vicepresidente autonómico. Igea se despachó con el aviso de que no le parece «razonable» dar servicios «con municipios de 50 personas», como si el problema sólo estuviera en la forma administrativa y no en el fondo de la desigualdad que encubre el planteamiento, ni en las consecuencias que a medio plazo tendrá la dependencia del sector primario del exterior al abandonar el territorio en el que se asienta la actividad.

El peligro no es sólo para los pueblos. Como en el poema de John Donne, «nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti». Ya tañen.