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En días pasados, asistí a la primera boda gay en la familia. Un sobrino de mi mujer y, por tanto, también mío. Dado que la felicidad aumenta si se comparte, voy a compartir la mía con ustedes, como Juan y Jaime compartieron la propia. Si tuviese que resumir la boda en dos palabras serían: amor y bondad, esos dos grandes neones que proclaman lo que más importa. Y como todos somos nuestro origen, pues nos explica, allí estábamos orgullosos: padres y madres, hermanas, tíos, primos, cuñadismo, sobrinería, amigotes y amigazas… sintiéndonos cobijados bajo las dos únicas luces que permanecen encendidas cuando todas las demás se han apagado: en efecto, amor y bondad. Porque una celebración es más que su banquete, aunque las viandas estuviesen de fábula. Que nadie se confunda: no se trata de una tolerancia nuestra, pues esta es deber, sino de plena identificación familiar con dichas dos palabras, ante las cuales todas las demás son letra pequeña. Cuando personas del mismo sexo se aman, sin tener que romper con sus lazos familiares y sintiéndose amparados por ellos, se está contribuyendo a cicatrizar una vieja herida por la que aún sangra el mundo. Hace no tanto, lo que hoy es felicidad compartida se hubiese vivido como un doloroso cisma. No ha sido el caso, y ojalá si hay alguien que sufriendo tal trance lo aquí escrito pueda servirle. La homosexualidad no es enfermedad, ni tara.

Antes de la boda, los novios mandaron un vídeo para que en la misma bailásemos todos un swing en línea, llamado Shim Sham. Nada que objetar a la banda sonora. Pero si ya en los ensayos caseros me perdí en el uno/dos inicial, ¿cómo pretendían que me saliese el tres/cuatro/cinco siguiente? Por suerte, su tía Marta fue Ginger Rogers antes que madre abadesa. Chicos…dado que os gustan las jotas, ¿no hubiese sido mejor pedirnos danzar con vosotros esa de: «Por un mozo del barrio/Patricio está que se muere/ No diré su nombre/que lo diga él si quiere». En la ducha la bordo.

Ese día percibí con nitidez los sólidos cimientos cristianos que hay en cada unión construida con amor y bondad, únicas luces que, en efecto, permanecen encendidas cuando las demás se han apagado. Dos hombres. Dos familias. Dos jotas con swing.