Como caído del cielo
C uando los fines de semana estoy en la redacción, y de repente nos llega un aviso de que un montañero ha tenido que ser rescatado en alguna ruta porque se ha desubicado, suspiro y pienso: «el dominguero de turno». Pues el otro día la dominguera fui yo. El pasado fin de semana disfruté de una maravillosa escapada rural con un grupo de amigos al Parque Regional Montaña de Riaño y Mampodre, hasta ahora conocido como Picos de Europa. Hicimos morada en Vegacerneja y pateamos por Acebedo, La Uña y Burón. Hacía tiempo que no iba por esta zona de la montaña leonesa, y fue gratificante redescubrir la belleza de sus pueblos, que a pesar del azote de la despoblación aún rezuman vida. El sábado hicimos la ruta de Ventaniella, que sale de La Uña y que llega al límite con Asturias. Aunque la ruta al completo es de 17 kilómetros, se puede hacer por tramos, en los que la dificultad es relativamente baja. De hecho la recorrimos veinte personas, de las que la mitad eran niños, el más pequeño, mi hijo —de seis años— que se cansó más o menos a la mitad del trayecto, por lo que me tocó regresar con él al coche. Primer error. No separarse del grupo si no conoces la zona, si careces como yo de sentido de la ubicación y si te distraes siguiendo la trayectoria de una mariposa. Segundo. Ir sin cobertura en el móvil, ni agua, y sin fijarse en las indicaciones. Pasó lo que tenía que pasar, y por pasar, nos pasamos caminando, llegando a un camino ganadero, donde no éramos bien recibidos por los mastines que protegían el ganado. En definitiva, perdidos, sin encontrar la salida, muertos de sed y de calor, y con un miedo atroz a los perros. Por suerte apareció un señor en un tractor y se nos abrió el cielo. Se paró extrañado por nuestra presencia y muy amablemente se ofreció a llevarnos al lugar donde teníamos el coche, que por cierto, nos costó encontrar, lo que le obligó a llevarnos con su tractor por la carretera. «Le estamos liando», le dije yo. «No se preocupe, no tengo cosa mejor que hacer», respondió entrañable. Mientras miraba la cara de auténtica felicidad de mi hijo lamentaba que en su pueblo sólo quedaba un niño, y que por no haber ya no había ni bar. Ese día aprendimos varias lecciones, a parte de las obvias. Yo le puse cara al problema de la despoblación en los pueblos, y Galo descubrió que los héroes no siempre tienen capa ni proceden de Krypton, sino que a veces van en tractores azules y viven en La Uña.