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No es en el modelo portugués de gobierno de coalición en el que está pensando Pedro Sánchez —allí el Ejecutivo socialista de Antonio Costa se apoyará en uno de los dos partidos situados a su izquierda—. Esa combinación ya sabemos por propia confesión que no le permitiría dormir. El sueño de Pedro Sánchez es la fórmula Macron. Un político que cuando llegó al poder era casi un desconocido (había sido ministro durante un año y medio) y que con un partido improvisado acabó dominando la escena política francesa.  

En el caso de Sánchez la estrategia diseñada desde que consiguió doblar el brazo a los barones regionales hasta hacerse con el control absoluto del PSOE ha estado orientada a un solo objetivo: la conquista del poder, cómo llegar a La Moncloa. La metáfora de La Moncloa va más allá de la referencia a la sede de la Presidencia del Gobierno. Sánchez, llenándola de asesores, la ha convertido en ciudadela.  

A la permanencia en tan señalado lugar ha dedicado durante meses todos sus esfuerzos y habilidades. Aunque mejoró las expectativas, el resultado de las elecciones celebradas en abril se demostró escaso para proteger una navegación parlamentaria tranquila.  

De ahí que pese al teatrillo de las negociaciones con Pablo Iglesias y el momento de duda que le llevó a ofrecer a Podemos varios ministerios, rápidamente rectificó y aprovechando la excusa que le otorgaba el narcisismo del líder morado retiró la oferta y se atrincheró en el discurso providencialista que sigue desplegando a lo largo de la campaña. «Ahora toca España». «Sólo el PSOE puede garantizar la buena marcha del país». Promete lo que haga falta: desde librar los fondos de las comunidades autónomas que retenía a equiparar las pensiones al IPC saltándose el consenso del Pacto de Toledo. Y todo envuelto en la bandera. En las entrevistas que ha concedido en las últimas semanas ha dejado vagar la conjetura de si llegado el caso habría que aplicar el Artículo 155 de la Constitución. Todo al servicio de una estrategia que ya ha rendido algunos frutos.  

Me refiero a la retirada del veto de Ciudadanos. Albert Rivera se ha rendido a las encuestas y el temor al hundimiento de su partido le sirve en bandeja a Sánchez una carta que podría ser importante, incluso decisiva, el día siguiente de las elecciones.  

Desde que llegó a La Moncloa en el carro de la moción de censura Sánchez lo ha supeditado todo a la preservación del poder. Contaba con la división de las derechas, un elemento clave en el reparto de votos para volver a ganar las elecciones. Ahora la izquierda también sabe de divisiones. La posibilidad de que se incremente la abstención en el área progresista es la principal preocupación de Sánchez. Sería el único factor capaz de poner en peligro su sueño monclovita.