Ocupar los parques
El ventilador de la estación me voló los papeles y perdí la tarjeta en la que había apuntado la dirección. Dejé pasar dos trenes y al tercero me subí sin saber adónde me dirigía. Junto a mi asiento, trepando por el marco de aluminio de la ventana, encontré un escarabajo cebrado y recordé mi infancia, cuando cazaba reptiles con una escopeta de aire comprimido. También pensé en una compañera del instituto que se pasaba las clases dibujando animales imaginarios en los márgenes de los libros de texto. Se mordía tanto las uñas que dejaba manchas de sangre en las hojas. Por eso ningún chico confiaba en sus cartas de amor, aunque a mí nunca me escribió. Sus golondrinas tenían cola de escorpión y plumas rojas. Sus leones eran blancos con manchas negras como las vacas. Qué símbolo. Un tren del que no sabes dónde apearte, ¿puede haber otro más simple y a la vez más acertado para representar este momento? Pero la vida ignora sus símbolos, y no los retrasos, las ausencias, los compromisos rotos. Todos los símbolos que guardo en los bolsillos están manchados de barro tras el paso de la vida furiosa con sus carros de combate. Tengo una cicatriz debajo del cuello que tiene forma de herradura y a la vida le dan igual las metáforas pero no el dinero, que no deja de ser una metáfora de todo lo que nunca tendremos. Deberíamos ocupar los parques y los jardines, colocar una piedra negra sobre cada piedra blanca, volver a robar en los supermercados. Deberíamos hacer una revolución solo para vencer el aburrimiento. La rutina es otra forma de pobreza. Me bajé en una estación, pero no sé en cuál. Junto a la boca del metro había un río seco y por su cauce paseaban los niños y los perros, también los extranjeros. Todo es desolador en otoño, por eso es mi estación preferida. Le pregunté a un hombre la hora y me dijo que no tenía reloj, sino sueño. En el cielo no se veía ni un avión y entonces supe que había llegado al lugar indicado. Aquí está mi lugar, me dije. Rinocerontes con nariz de elefante, jirafas de crines blancas, ballenas con cabeza de gorila. Debería empezar a morderme las uñas. También un mapache con ojos de búho, un cuervo con nariz humana, una zarigüeya con pezuñas de canguro. El río seco conducía a un jardín. Y al fondo se veía un bosque imaginario.