Termidor en Barcelona
Lo que ocurre en las calles de Barcelona no es lo importante. Lo importante no fue el terror de Mme Guillotine sino Termidor. Lo importante no fueron los jacobinos sino cómo se convirtieron en el modo para mutar una monarquía feudal en el reino de la burguesía. El mundo que vemos se parece demasiado a un cambio de ciclo en el que el magma social se sirve de la subversión como el coche hace con el tubo de escape.
No son más que la manera que tiene el sistema de purgarse y entrar en un nuevo momento. Aquí son los independentistas, en Francia, los chalecos amarillos, en Inglaterra, la basura blanca cuyas mentes secuestró Cambridge Analytica para pervertir el referéndum y votar brexit. La humanidad necesita ceremonias catárticas. En eso sabemos que aún no nos hemos despegado del suelo, en eso, que la nostalgia del lodo es aún demasiado fuerte. Y ahí están los elementos más primarios de la sociedad haciéndole el juego a los que ya saben que las reglas están para que los poderosos las cambien. Otra vez. Lo malo no son los radicales que vienen de toda Europa para participar en este jolgorio macabro.
Lo que debería inquietarnos no son los que queman coches, tiran cócteles molotov y tratan de tumbar helicópteros. Lo alarmante es la certeza de que repetimos el guión de una función en la que somos secundarios. El PSOE puede aún desatascar el bucle infernal en el que España se mueve desde hace más de cien años. Alejarse de los que ahora se camuflan con la piel de cordero es la mejor manera de dejar claro cuál es el lugar de los demócratas frente al nacionalismo xenófobo. Para romper el nudo gordiano sólo hay que que dar el paso y ponerse del lado de los trabajadores de España. No hay inocentes cuando la estrategia es la victimización racista, sobre todo cuando lo que persiguen los que hablan de esquerra y república es simplemente separarse de los menesterosos. Son lo mismo que Salvini, la nueva marea fascista que se traviste de mártir para no perder privilegios.