Diario de León

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De la sociedad y del sistema. De sus propios familiares. De su pareja. No sé si os habréis dado cuenta de que, en los últimos años, cuando uno pasea por León —ya sea por la zona céntrica como por los barrios colindantes— cada vez puede ver a más gente pidiendo por las calles. 

Estas personas padecen uno de los mayores insultos que podría recibir cualquier ser humano: ser ignorados. Su invisibilidad les escuece. Ayer paseaba por la ciudad en busca de testimonios de estos huérfanos que, por diferentes circunstancias personales, se han visto marginados y obligados a demandar ayuda por las calles. Imagínense, haber trabajado toda tu vida y con 67 años verte comiendo en un albergue religioso por tres euros al día.

Seguramente varias de estas personas cometieron algún error en su vida, pero en su gran mayoría son rostros, mentes, y cuerpos que hasta hace no tanto tiempo han estado trabajando, y que han llevado una vida normal hasta que cierto acontecimiento les puso, literalmente, de patitas en la calle. La pérdida de tu puesto de trabajo por la adicción a las drogas.

Un divorcio y la consecuente obligación de pasar una pensión a tu ex para contribuir a que no le falte comida a tu hijo. O directamente que tu ex contrató a un abogado mejor que el tuyo y te chuparon hasta el alma; el final de la temporada de recogida de aceitunas; la imposibilidad de recibir el paro porque has trabajado en negro...

Da igual como fuere, que estas historias seguirán siendo invisibles para casi todos los ciudadanos de a pie, que caminan como fantasmas cuando pasan a su lado evitando una mirada triste que les empuje a sacar la calderilla de la cartera. Recuerdo, a modo anecdótico, que cuando visité Edimburgo me llamó mucho la atención cómo trataban allí a los homeless, los ‘sin techo’, que ocupaban la salida de los supermercados. Los escoceses que hacían su compra diaria, se paraban y se sentaban junto a estas personas. Les daban algo de comida y podían aguantar, tranquilamente, veinte minutos allí, de ‘charleta’. «¿Qué cojones les dirán?», pensaba uno. Preguntando, logré saber que en Escocia hay una especie de ayuda que otorga cierta cantidad de dinero mensual a la gente que está en la calle y, a cambio, los sin techo prestan una ‘ayuda’ al resto de la sociedad: escuchar sus problemas diarios. A vista de turista, parecía algo gratificante tanto para el sin techo como para quien le contaba sus penas.  

No sé a quién le corresponde solucionar esto. No sé tampoco si supone un problema. Si provoca el sonrojo de la clase política. En León nadie, ni los que echan monedas, dice nada a estas personas, que han acabado aquí sin saber muy bien el cómo ni el por qué, pero que lamentan el precario estado en el que viven. Igual si alguien se parase al pasar, simplemente para dar los buenos días, serían más felices o podrían sentirse mejor. Al final sólo luchan por escapar de su orfandad.

 

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