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Año a año, León se desangra. Los leoneses emigran buscando empleo a otros lugares, a veces no muy lejanos, pero que no están aquí. Según los datos más recientes, unos doce paisanos abandonan la provincia cada día. Seguramente no es para siempre, que es demasiado tiempo, pero sí para una buena temporada. No me diga que no es por lo menos paradójico que, cuantos menos somos, porque nos despoblamos, más nos semipeatonalizamos, que consiste en algo así como dar la exclusividad de las calzadas a los vehículos alternativos, los que atropellan ecológicamente. Sacar de las aceras a bicicletas, patinetes y ciclomotores es bastante loable, porque es el lugar de los viandantes, pero quitar de la circulación a los vehículos calefactados, en la capital del invierno, que además está más envejecida, se antoja algo bastante temerario. Se me dirá que solo es de algunas calles y lo admito, pero así empezó la zona azul.

Las ínfulas inauguradoras de nuestros políticos locales han ido de mal en peor con el paso de las legislaturas. De lo barato pasaron a lo recaudatorio y ahora hemos llegado a lo nominal: una calle mayor reconvertida por bautizo y señalética. Que uno ha visto, oiga, gastar más pintura en los fines de semana deportivos de Municipalia. Igual, aquellas jornadas infantiles y juveniles de exaltación de las actividades extraescolares fueron el modelo en que se inspiró esta «performance» municipal. Echar unos dibujos en el asfalto, desde luego ha servido para rejuvenecer el tráfico de Ordoño II una barbaridad. Será porque estamos mal de dinero, pero me parece que vamos a acabar añorando aquellos tiempos en que se inauguraban parques y jardines.

Más que las calzadas, creo que habría que peatonalizar las aceras, llenándolas de gente. En qué extrañas circunvoluciones cerebrales, me temo que más parecidas a un laberinto que a una clara avenida, los nuevos munícipes han llegado a la conclusión de que para repoblar León era más necesaria una restricción al tráfico motorizado que iniciativas para fomentar la creación de empleo, confieso que no están al alcance de mi comprensión. Igual se precisa un cerebro científico, pues los matemáticos suelen ir a la solución por el problema, pero, en esta política local nuestra, ya se ve que es al revés y llegamos al problema a través de la solución. Esta «peatonalización de conciencia» se merece como mínimo que se cree una Concejalía de Soluciones para Problemas Inexistentes. Mientras, doce al día.