Secretos escondidos
Si quieres que un secreto quede bajo siete llaves más una, sobre todo si implica a varios actores, cuéntaselo al primero. Y así se multiplicará la fórmula de petición de prudencias y silencios como los panes y los peces. Acabará siendo «un secreto a voces». Con el añadido de la interpretación multiplicada por tantos como lo han susurrado en oreja ajena, puesto el rabillo del ojo en salvaguardar la confesión secreta de miradas y oídos cercanos. Dará como resultado un «secreto con estrambote», tan difícil de controlar y hacer volver a su cauce.
También la moda ha llegado al mundo del secreto. Vivimos de permanentes cambios de modas. Basta que alguien tome una decisión o postura llamativa para que se repita como una epidemia, pasajera o menos. Siempre, pero especialmente en los últimos tiempos, la constatación habla de modelos sociales repetitivos, multiplicados por eso de la globalización, y efímeros en muchos casos. No sé quién habrá iniciado en el fútbol esa costumbre o moda de hablar tapándose la boca con la mano, dando la espalda a las cámaras o cubriendo con cualquier objeto que sirva de velo el lugar en que se fabrican las palabras, revestidas de secretos en tales ocasiones. Pareciera que los actores de semejante escena están evitando lanzarse el mal aliento. Pero la acción se ha convertido en habitual y las cámaras, instaladas casi de forma definitiva en los estadios, la enfocan con frecuencia, como un lance más del juego. No cabe duda de que la pose siembra en el espectador cierta curiosidad, morbillo barato posiblemente, convencido de que la cosa no tenga tanta importancia, de que no revolucionará ni el mundo, ni el partido ni nada y andará posiblemente más cerca del vacío que de otra cosa.
La ocultación del secreto suele ser raíz de especulaciones y conjeturas. Comentaristas y aficionados se lanzan a la interpretación, con total seguridad en ocasiones, desvelando todos y cada uno de los misterios. «Está consultando con su segundo —dicen unos— si cambiar al lateral derecho, que hoy es un coladero». «Hay que reforzar el centro del campo», aseguran otros que dijo. «¿Y si jugamos con un doble delantero centro, retrasado uno para aprovechar los rechaces?»… Y así sucesivamente, hasta donde la imaginación se detenga.
Al final la estrategia de la mano cubriendo la boca al hablar da poco de sí. O no sabemos cuánto. Porque unos ganan y otros pierden. O en todo caso empatan. Los secretos no entran en la quiniela.