El viaje
Cuatro meses en una autocaravana dando la vuelta al mundo. Ese es el trayecto que llevan recorrido Jesús y Carmen, un matrimonio de Aranjuez al que la crisis les dejó sin uno de los negocios que les daba sustento económico. Vendieron lo que les quedaba y decidieron emprender el viaje de su vida. Ahora están en Argentina —después de conocer Amberes o Montevideo— y de ahí viajarán a Ushuaia — considerada la ciudad del fin del mundo— para después recorrer Chile y continuar por Sudáfrica, México o Alaska. Cinco años de un trayecto que puede acortarse o alargarse en función únicamente de su propia voluntad. Han estado en Península Valdés, fotografiando ballenas y elefantes marinos. «Hemos pasado sentados horas y horas contemplando estos preciosos animales», relatan. Un periplo mundial que no tiene rutinas y con el que disfrutan «tranquilamente del paisaje, de las gentes, de los olores, de los colores y de las comidas». Así de simple y así de complicado al mismo tiempo.
Uno se da cuenta con estas historias de que la vida es todo lo fácil o todo lo complicada que uno quiera. Jesús y Carmen han elegido la primera opción, que quizás no hubiese sido la de la mayoría, pero que, pensándolo bien, es la más sencilla, la que requiere menos esfuerzo de cara a la galería y más compromiso mirando hacia adentro; más preguntarse a uno mismo sin tener tanto miedo a las consecuencias. Han pensado, quizás, que la vida es demasiado corta como para seguir aplazando el viaje más apasionante de sus vidas y que el miedo, ese sentimiento tan humano que nos atenaza, no debe condicionar todas sus decisiones. Lo fácil es decirlo y lo difícil, hacerlo. Convertir un sueño en realidad es lo complicado de todo esto, algo que aplazamos en detrimento de otras opciones que no nos hacen tan felices.
Dicen que cuando se cierra una puerta se abre una ventana. Y debe ser verdad, pero hay que estar atento, receptivo, para poder mirar a través de un pequeño cubículo después de haber sido cegado por la claridad que se cuela por un espacio más grande. Ellos miran ahora la vida a través de los dos ventanales de su autocaravana que han sustituido a la televisión y que les muestran cada día «un paisaje distinto, una luz, un sonido o unas gentes diferentes». Llevan las mismas gafas, pero con otros cristales desde los que divisar la realidad mientras protagonizan el gran viaje de su vida.