Final de Boston Garden
n la Teodoro High School se dan clases de expresión con las manos distraídas a la altura del ombligo, lo que resulta igual de provechoso al dirigirse a las masas con soflamas y apología sobre la patada del estado de las autonomías a la pirámide poblacional de León que para leer la carta de san Pablo a los Efesios. Con los pulgares hacia arriba, es la pose ideal en el manejo de la play. Con ser aventajada, la nueva catequesis no pasa de anécdota frente al pragmatismo que imponía la escuela de Ampudia, de sábados de sesiones maratonianas que se debían aplicar la siguiente semana. A ver si se creen que la renovación de tres mayorías absolutas se gana en el tiro al mono de las verbenas, mientras la cantante de la orquesta interpreta, palpitante, el chacachá del tren por petición popular. La instrucción en el empirismo que obliga el poder prepara para afrontar misiones que parecían ajenas, hasta convertirse en la última frontera que evite a los molineros y otros clanes de artesanos, expertos en amasar fortunas, tomar la sala de mandos del partido. Todavía, en un descuido, por esa puerta trasera se cuela Lázaro en el comité ejecutivo. Para otros momentos, no faltará el aliento imprescindible del personal fixer que quita dramatismo a los reveses y hace entender que al club de los invencibles no se entra por ganarlo todo, sino por no rendirse nunca. Qué ruido hace el que cae por la escalera de emergencias al huir de la jauría y qué sigilo emplea para recomponer el espacio que forzó el paso atrás. Una forma sutil de decir que jamás será lo que le hicieron. Red Auerbach, compositor de la mejor sinfonía de baloncesto de todos los tiempos, la dinastía de los Celtics, los ocho anillos consecutivos en la NBA, el draft de Bill Russell, trascendió por el hábito de encender un puro cuando tenía la certeza de que el triunfo no se le iba a escapar. A veces, complicado por el murmullo del público de Boston, que veía demasiados afroamericanos en el quinteto titular. Desconozco si el ex alcalde de León fuma; pero es incuestionable que la última noche electoral pudo prender y darle unos besos callados a un buen habano, repantingado en el banquillo del Garden y los pies colgados de la maleta del utillero, mientras los Lakers deambulaban abatidos por la cancha, con esa mirada confusa de quien no asimila qué pudo fallar del último ataque que le habían preparado con tanto mimo y tanta antelación.