Cerrar

Creado:

Actualizado:

El joven no tiene más que esto: todo el futuro por delante. A cambio, tiene que vivir sin apenas pasado a sus espaldas. A esa carencia, uno se apuntaría con los ojos cerrados, más que nada porque las de la edad adulta son mucho menos llevaderas, obligan a tratar con médicos y al final conducen directamente a un sitio al que a casi nadie le apetece ir. La experiencia, que se adquiere con el vivir, es ciertamente un valor, pero el capitalismo lo ha devaluado bastante. Como el error ya no se paga como antes, lo que cotiza en el mercado de trabajo es la carne de novicio: maleable y blanda, sin las durezas ni los vicios adquiridos por el traqueteo del camino, que no tenga callo. Sustituible. Tampoco ellos lo tienen fácil. Se saben condenados a la movilidad, a no encariñarse de un lugar, a tener siempre las maletas sin deshacer. A perder sus raíces, vivir toda la vida como obedientes becarios y acaso a morir en un sitio distinto a aquel en el que nacieron. La juventud, que hace unas décadas parecía una variante de culto al futuro, se ha convertido en una cosa jodida.  

Las tierras vacías de la España abandonada carecen de jóvenes. Hay demasiados pueblos cuyo lugar más concurrido es el cementerio. Lo predijo Andrés Berlanga en el Monchel de su espléndida novela  La gaznápira . Son lugares cluecos, donde la esperanza de procreación es nula, en el mejor de los casos habitados por ancianos que resisten con esa mala salud de hierro adquirida en los tiempos en que se comían productos de la huerta y la matanza, alimentos sin química ni conservantes. La juventud se ha visto obligada a emigrar, siguiendo los flujos del trabajo como los ñúes peregrinan tras las nubes cargadas de lluvia. La deslocalización, que comenzó desplazando la producción a países con mano de obra barata, al final ha optado por deslocalizar a los trabajadores. La globalización ha abaratado los sueldos y conseguido que el canto de sirena de la oferta y la demanda se escuche en todas las esquinas del globo, aunque sea redondo, y atrae a los que nada más tienen todo el futuro ante ellos con el elixir de la supervivencia, que es el dinero. Pero no nos quejemos. Hay países, como Rumanía, con la mitad de su población en el extranjero. Y africanos jugándose cada día la vida en la ruleta rusa de las pateras.