Vuelve a nevar como con Franco
Faltaba la inspiración de la nieve, cuando cae suave, para borrar de noviembre el suelo perdido de besos, un poco más allá del cruce de miradas. La última vez que apagó a estas alturas los rescoldos del verano sin dejarlos retorcerse estremecidos bajo las heladas, enterraron a Franco; exhumarlo y volver la nieve por encima del corvejón de las bestias fue todo uno. Para que luego digan que no miran desde arriba; llámalo dios, llámalo ser superior, llámalo torbellino. Desde el setenta y cinco no se producía una liberación de tal calibre en torno a un 20-N; salvo la convocatoria electoral de 2011, que sirvió para la oportunidad perdida del marianeo, de la que salió airoso el zapaterismo, como junco que se dobla y que siempre sigue en pie. Es verdad. Los diarios estaban en lo cierto. Cae la nieve por todo León; sobre las sediciosas aguas del Torío, y por las sombrías cumbres del Teleno, en ese destello que hace creer a los mortales que el cielo es suyo por el hecho de mirarlo. Nieva sobre el liquen de las remotas lomas de Ancares, y en los árboles de junto al río, sobre el acartonado barbecho preñado de maíz de las riberas. Nieva, suave, cuando amaina la ventisca, y los copos convierten en caricias la oferta del primer anticipo del invierno, al que quisieron matar con tanto repetir en los telediarios que al frío se lo había zampado la ministra de la transición energética, desenlace de la fábula del relato enfurruñado de Greta. Cae, encima de las colinas de Gordón, cuando ya no blanquea el magma de las minas, sobre solanas de robles que protegen del viento del norte, sobre las cancelas de los desolados cementerios, donde el último halo de esperanza se esconde más allá de los pétalos de los lirios que llenaron el silencio que reina desde el día de los Santos. Cae, sí, espesa, por todos los pueblos vacíos de nostalgia, y tapa las alamedas sorprendidas aún con el pijama de hoja, antes del sueño que les llevará a boca del próximo abril. Si vuelve abril. Nieva, desde el aleteo de los cisnes negros que eligieron la penúltima luna del año para echarse en brazos del trópico de Capricornio. Esa nieve de fin de ciclo, esa especie licantrópica, que se precipita como el descenso del último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos. Siempre será mejor que nieve a que haga mal tiempo.