El Campano
La nieve y el viento han podido con El Campano; el viejo castaño de treinta y dos metros de altura, casi mil años de edad y una enorme cintura leñosa de dieciséis metros de perímetro, convertido desde hace siglos en el señor de los bosques de Villar de Acero.
El azote del temporal, en estos tiempos donde el clima cada vez es menos de fiar ha desgajado estos días dos de los cuatro caños que emergían del tronco y el árbol venerable, el más grande de España en su especie, según dicen los expertos, se ha roto.
Aunque los propietarios nunca se han sentido abandonados por la administración, en la Asociación A Morteira, que lleva un control de todos los árboles monumentales que jalonan los montes y los pueblos del Bierzo, se lo veían venir; el peso de las ramas, de las hojas, de la copa del árbol, ha sido demasiado para el castaño anciano. El árbol está tocado, pero todavía puede hacerse algo si la Junta de Castilla y León, la administración encargada de velar por los árboles monumentales, pone en marcha un plan de consolidación que le alargue la vida, piden desde A Morteira, que ya había reclamado con anterioridad una actuación para aligerar el peso del castaño.
Y la metáfora del Campano de Villar de Acero, el árbol grande y hermoso atrapado por su propio crecimiento, es demasiado evidente como para dejarla pasar por alto. Un castaño que todavía da frutos, pero tan grande que —azotado por la nevada que ha dejado sin luz a más de un pueblo en el Bierzo y en Laciana; zarandeado por el viento que ha barrido el soto de Villa de Acero mientras la Unidad Militar de Emergencias se movilizaba para retirar la nieve; sacudido por el temporal, a la vez que en Palacios del Sil echaban en falta más ayuda para acceder a la vivienda aislada de una vecina que había fallecido— ha perdido estos días dos de sus caños centenarios.
Y ahora apliquen la metáfora del Campano al cambio climático, a la explotación de los recursos naturales, a la deforestación del Amazonas, y más cerca, a la quiebra de las pensiones, a la burbuja inmobiliaria, y en general al crecimiento insostenible del capitalismo más salvaje. Se veía venir. Pero aquí solo nos movemos cuando le vemos la orejas al lobo y el mordisco es inevitable.