Buscar a tientas la vida

Te das cuenta de que el tiempo ya pasó cuando miras una foto de juventud y no eres capaz de recordar cómo te sentías. Es una experiencia extraña porque no ocurre de repente. Un día repasas las imágenes y te acuerdas de aquella sensación. La que más se repite es la de la incertidumbre, ese cosquilleo que relacionas con el miedo, hasta que descubres lo que es el miedo de verdad. Lo sigues haciendo; eres capaz de rememorar las emociones: el asombro pueril que termina cuando te conoces tanto que sabes cómo actuarán los demás, la insolencia, la inquietud ante un futuro que no llega, esa clase de tristeza que es en realidad capacidad para experimentar la vida sin amargura, el amor descuidado, el desdén ante las pruebas que te dicen que la meta está mucho más cerca de lo que crees, la felicidad plena, la que se produce cuando aún no sabes que la aflicción llega cuando comienzas a recordarla. Aún te reconoces en esa foto si puedes arrepentirte de lo que hiciste y no lamentas todo lo que no te atreviste a cumplir, si sigues desdeñando las escenas que se quedarán contigo como un espectro, si no clasificas cada instante con la esperanza de que acallen el silencio de la resignación. Pero un día regresas a ese álbum y te das cuenta de que aunque el tiempo no haya pasado aún, estás a punto de cruzar la esquina y ya no podrás mirar atrás sin quedarte inmóvil para siempre.  

Es curioso, pero la infancia vuelve a tus pupilas en ese momento porque cuando el tiempo se da la vuelta, tú lo haces con él.  

Hay poco tiempo en el tiempo de un hombre, apenas un instante, un relámpago en un cielo sereno, como diría Joseph Conrad. No sabemos cuándo nos daremos cuenta de que el tiempo nos engaña para que pensemos que nos dirigimos hacia algún lugar, que la línea de partida y la última foto finish no están pegadas. Hubo alguien que expresó en una frase todos estos pensamientos desordenados: «Por eso el hombre se despierta asustado buscando a tientas la vida».