Leonesismo Dondón
La del alba sería cuando el político Dondón salió de su despacho tan contento, tan gallardo, tan alborozado por verse ya nombrado autoridad con mando en plaza. El gozo le reventaba las costuras del ajustado traje y se dirigió hacia su coche, aparcado en el reservado vigilado por un perenne escudero municipal. Antes de llegar a él, le pareció que a su diestra mano, desde una calle espesamente iluminada, salían unas voces delicadas, como de minoría que se quejaba. El político, un caballero andante en esos momentos, gracias dio al cielo por la merced que le hacía, poniéndole ocasiones en el camino de poder cumplir lo que procedía a su cargo recién estrenado. Esas voces, pensó, sin duda son de algún débil apaleado, ahora podré remediar un ultraje y escribir mi primera hazaña.
Volvió sobre sus pasos el desfacedor de agravios y sinrazones. En medio de las últimas oscuridades de la noche o de los primeros relumbres de la madrugada, aprovechando el hueco de una cochera, halló a un hombre como un castillo que abofeteaba a un muchacho enteco y demediado, en el que únicamente destacaba una desmadejada melena que le daba cierto perfil leonino. Cada torta iba acompañada de una reprensión: «De eso ni hablar, chico, ni mentarlo». Intervino a favor del débil el regidor del bien, deteniendo la tunda y preguntando cuál era la porfía. «Es que veis aquí, señor, es mi empleado», dijo el agresor, «me acusa de no pagarle y me amenaza con independizarse». A lo que alegó el muchacho: «Muchos años hace que trabajo para él y cada día soy más pobre. No me trae a cuenta tanto esfuerzo». Resolvió, desde el imperio de su elevada estatura, Dondón: «O pagáis vuestra deuda, como os mando, o será de justicia que el joven tome las riendas de su futuro. Y, por cada bofetón que le hayáis dado, añadid una recompensa generosa». Y en diciendo esto, se giró y desapareció del escenario como una exhalación, apartándose de ellos con el íntimo orgullo de haber resuelto aquella controversia con tanta facilidad y donosura.
Le siguió con los ojos el abusón y, en cuanto vio que traspuso la esquina, se dispuso a cumplir el mandamiento recibido, diciendo: «Acercaos, hijo mío, para que os pague lo que os debo. Por lo mucho que os quiero, quiero acrecentar la deuda por acrecentar la paga». Antes de que el muchacho preguntara, el hombre le dio respuesta en las costillas.