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Estamos de acuerdo en que la violencia machista se sustenta en una mera cuestión de género. El origen no está en la relación del agresor con la víctima ni en el lugar de residencia de ambos. Eso no es más que el complemento circunstancial, un añadido que podría servir como agravante de una condena, pero nada más. Cualquier tipo de violencia sobre cualquier mujer ejercida por cualquier hombre debe ser juzgada de acuerdo a la ley de violencia.

¿Por qué la relación del criminal con la víctima es la que decide los derechos que el Estado concede a la mujer y sus hijos? La razón es la misma y el machismo no hace ascos, no tiene prejuicios a la hora de usar la violencia porque su origen es siempre la necesidad de ejercer la dominación sobre alguien a quien considera inferior, un simple objeto de uso, poco más que un animal. Por eso los delitos de violencia son siempre delitos de odio. El hombre que viola, apalea, insulta o asesina a una mujer no hace más que servirse de su agresividad para acabar con un ‘estigma’ que le recuerda de manera constante sus carencias y no necesita ser pareja, ni expareja para demostrarlo.

La semana pasada, un miembro de Vox despejó la X y puso en evidencia la necesidad de una reforma que llene el agujero legal por el que respiran aún muchos agresores. Lo dijo Rocío Monasterio al referirse a la mujer que increpó a Ortega Smith en el ayuntamiento de Madrid: «No es víctima de violencia»... y tenía razón. La mujer que se interpuso entre las balas destinadas a su hermana no puede ser protegida porque quien la dejó en silla en ruedas no se había acostado con ella. Así de absurdo. Somos la esclava de los esclavos, un rango que sigue en el inconsciente colectivo y que hace que la sociedad, como un animal salvaje, se revuelva ante la certeza de que el estatus quo cambia, de que la historia, ahora, nos deja escribir el guión de nuestra propia vida. No traten de confundir. La resistencia ante la conquista de derechos es un problema de reacción y no tiene nada que ver con la igualdad ante la ley o la presunción de inocencia.