Doctor en Alaska pasa consulta en León
Imposible contar las veces que el alce que merodeó las calles de Cicely anunció al doctor Fleischman, primera víctima contemporánea del sistema público de salud, que hace aguas, en esencia, porque tiene más pacientes que cotizantes. Brand y Falsey crearon Doctor en Alaska convencidos de que a los filisteos de la Junta no se les iba a encender la bombilla entre el laboratorio de ocurrencias de la decadente administración autonómica. Ya sabemos que apoyaron a Cs por su capacidad de gestión tantos como los que votaron a Sánchez porque no iba a pactar con Podemos. Cuánto le debemos a la América libre y creativa, tras tres décadas de ensayos envueltos en series de televisión —(las series contaminan, según la secta del garbo de Greta)— para que la acomplejada Europa no se quede sin respuesta al comunismo del nuevo amanecer. Ahí quedó la patente. La población que quiera incluir en la cartilla del bienestar la visita al médico, que elija una mente despierta en segundo de bachillerato y, a escote, le anticipe los honorarios en forma de beca para la matrícula de la facultad; a la vuelta de seis años, podrá rehabilitar el recinto del consultorio, desviado a chigre y picadero de circunstancias en fiestas patronales, y anunciar la buena nueva como reclamo para insuflar vida a la senil pirámide poblacional. Entre tanto, vengan a morir a León; muerte segura, eliminado el impuesto de sucesiones y, con suerte, sin remisión en cuarenta kilómetros a la redonda del punto en el que sorprenda la negra dama. Es posible que ni así se logre que un licenciado en medicina se atreva con el reto de pasar consulta en la remota siberia leonesa, moldeada por treinta años de saqueo social, económico y cultural. Cierto. No hay dinero para pagarle a un médico un sueldo por atender a cuatro pobres viejos leoneses (sic). El error fue publicar la factura, desmesurada ante lo económico que resulta ir a por recetas al paseo Zorrilla. Puestos a echar cuentas, salen más caros los políticos. Así cayó Roma; entre tal putrefacción moral, que los propios habitantes del imperio prefirieron verse arrasados con la entrada de los bárbaros. El próximo empeño será hacer coincidir la jubilación con el deceso. Veremos si es una encomienda del próximo bestiario de la fundación Villalar, tan querida por algunos empresarios de León, se ve.