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Las ciudades tienen un origen homicida, así que no es extraño que inciten sentimientos de matar a las primeras de cambio: atascos inducidos, ese patinete que casi nos atropella yendo por la acera o la plaga de cucarachas que el ayuntamiento combate mediante el secular método de no hacer aprecio, es decir, la indiferencia. Y es que, ya saben, la primera ciudad fue construida por Caín, que en la tradición bíblica es el primer asesino y seguramente fue su primer alcalde. No todos somos hijos de Caín y descendientes de aquel pionero sin calle, pero los urbanitas sin ninguna duda, porque a su posible herencia genética debemos añadir ese instinto a flor de piel de coger una piedra y partirle la crisma a cualquier inocente que nos pille con el paso cambiado por un quítame allá ese «mira-tú-la-última» del ayuntamiento.  

Por suerte queda en tentación, más que nada porque ya no hay morrillos en las rúas y también porque casi siempre es la penúltima y tampoco es cuestión de ingresar en Villahierro por vivir sin estar actualizado. Y es que vas a hablar del coste fantasma del despliegue luminario de las pasadas Navidades, de las semifarolas nuevas o de las avenidas a paso de burra que ahora llaman zona 30 y resulta que del caletre corporativo municipal ya ha salido otra mayor y mejor, una nueva iniciativa o declaración que sumar a ese festival continuo, a ese frenesí de ideas mal redondeadas que por desgracia no siempre quedan nonatas. Y no se crea usted que el haber cambiado de alcalde y hasta de sede gubernativa vacuna contra ellas, no, parece que el ente maligno que las infunde ha salido viajero y ha hecho también la mudanza. Como muestra, el botón de la avenida del ave, antes Ordoño II, esa calle medio llena o medio vacía, según la orilla desde la que se mire.  

Lo sospechaba el maestro Crémer, pero ya se va viendo que el espíritu de Poridad es más fuerte que las personas que heredan el bastón y son impelidas a tomar decisiones sin cocer y a cometer errores no forzados. El espíritu de Poridad es algo así como un demonio que no encuentra su exorcista y va pasando de alcalde en alcalde como la falsa moneda o como Azazel en la película Fallen . El espíritu de Poridad, en la inspiración de disparates municipales, es además apolítico: no hace distingos por razones ideológicas.