Escrito con la propia sangre
Especulamos con frecuencia sobre el propio éxito sin detenernos a reflexionar sobre el significado y el alcance del mismo. Estoy cada día más convencido de que es uno de los conceptos más relativos y frágiles de cuantos existen. Cada cual lo asocia a una forma de vida, un fin o una meta. Los objetivos y las metas dependen de las motivaciones, intereses, principios y valores de cada individuo. Desde la abundancia de dinero, el glamour social, la fama o el resplandor profesional. Por ejemplo. Incluso, o como consecuencia, pasar a la letra impresa de la historia. Y es bien sabido que pasar a la historia no es tarea difícil, como lo demuestra el cúmulo de nombres que lo han hecho, a pesar de que mejor estarían borrados de la misma. El éxito tiene también, según parece, muchos inconvenientes, entre otros el que en la mayoría de los casos quedan truncadas las esperanzas de quienes lo persiguen con ahínco y sin demasiados argumentos. Perseguirlo se convierte entonces en quimera pura. Por otra parte, triunfos o éxitos son siempre opinables, y también conducen al olvido. «El éxito –escribió Rosa Beltrán en Efectos secundarios- es la eternidad del momento».
Me gustaría conocer la biografía del poeta ruso Serguèi Yesenin, quien me ha provocado esta reflexión, cuya vida debió de ser de película con final trágico. En Otra novelita rusa Gonzalo Maier alude a él y su desmedido deseo de ser recordado por los siglos de los siglos. Alude a él, digo, como «el poeta que se cortó las venas e intentó escribir con su propia sangre un verso glorioso, destinando a pasar a la historia…». Pero las circunstancias se convirtieron en crueldad. Uno se puede imaginar el estado físico –el otro, por supuesto- en que se encontraba para acometer el acto que lo llevaría a la excelsitud deseada, y que «a la larga –continúa Gonzalo Maier- fue un desastre porque nadie pudo descifrar la letra». Nunca mejor dicho, le tembló el pulso por no elegir el método adecuado para ascender a los territorios de la gloria.
Estoy contribuyendo a que perdure, aunque sea de forma anecdótica, la memoria del poeta ruso Serguèi Yesenin, cuyo verso último le costó la vida. Y además no podemos leerlo. Se supone que no le ha merecido la pena, aunque vaya usted a saber hasta dónde llega la obstinación de los buscadores de tesoros imposibles. El éxito se convierte muy a menudo en las migajas de la impotencia.