Diario de León

Juli es nombre de mina

Ciñera despidió esta semana a Juli, una de las fundadoras del colectivo Mujeres del Carbón. Una mujer de acción y creativa que quiso mantener el grito de coraje de la minería en todas las luchas.

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Juli tenía nombre de mina y era mujer minera. Julia López Mata, una de las fundadoras de las Mujeres del Carbón, se fue antes de tiempo. Como las minas. Como los mineros, como su hermano José Antonio que pereció en el vientre oscuro del pozo. Dicen que a Juli no le gustaba oír la canción de Santa Bárbara. Se le reventaba el corazón de rabia y pena cada 8 de noviembre.

Juli se fue en los últimos días del carbón con el telón de fondo de una cumbre del clima fallida y sin compromisos. Con tan solo 53 años, se marchó la mujer combativa y creativa. Se fue con la conciencia clara de que el fin de la minería no era el olvido, sino el coraje de mantener la memoria y el espíritu de la lucha minera en todos los frentes de una sociedad amenazada por el fascismo tanto como el planeta por el calentamiento global.

A sabiendas de que la ignorancia y la codicia van de la mano, ella optó por la cultura de la solidaridad y la nobleza de espíritu. Dos ingredientes imprescindibles para hacer frente a un futuro incierto y a quienes trabajan por reventar los restos que quedan de la democracia.

A Juli le dieron un gran adiós en su pueblo, Ciñera, porque si hay algo que aún queda en los pueblos es compañía para los muertos en medio de la soledad de los vivos. Y porque, Ciñera, capital minera, era el pueblo por el que Juli se desvivía. Con el mismo mimo y cariño que hacía sus fofuchas, minerines o las Vieyinas del Monte con las que saludaba a las navidades que no vivió.

Vienen las navidades sin carbón y las primeras navidades sin Juli para Sara y María, sus hijas, para Susi, su marido, para Iñaki, el hermano, y para Pilar y Antonio, su padre y su madre. Y también para las muchas personas que querían y admiraban a la luchadora de tantas batallas. Para las Mujeres del Carbón, de León, de Asturias y de Aragón.

Llega la Navidad con el humo de promesas incumplidas de la cumbre del clima elevándose por encima de los buenos deseos para el año nuevo. Juli era una mujer de acción. No hubiera soportado el arte de procastinar que se desplegó en la COP25 envuelta en propaganda de energías limpias.

Llegan las navidades con el sol quieto contemplando los ríos reventados por la nieve y el agua esparcida a espuertas sobre este trozo de España vaciada. La gran avenida borra el progreso construido a espaldas de la naturaleza. El Esla se desparrama por los plantíos y las vegas como en los viejos tiempos. El Bernesga baja desbocado como si no tuviera presa que lo amarre. Y el Porma devoró, ansioso, la vida de un hombre en Vegas del Condado.

Pero no se borrará la memoria del carbón ni el agua lavará las penas que deja en la montaña herida y en las almas achicadas por las pérdidas.

Cuando ya no quede nada, aún quedarán los nombres y los cuentos que nos hablarán de aquellas mujeres con que los legendarios mineros bautizaron a las minas. Juanita fue la primera mina que se abrió en la cuenca de Sabero, en 1840, cuando los trenes abrían caminos de gloria. Ahora es ruta minera. Julia será un gran museo en Fabero y María, junto al Calderón, también quiere serlo en Laciana.

Llegan las navidades preñadas de luz y de destellos de felicidad envuelta en papel de regalo. El solsticio de invierno sucederá en el preciso momento en que unos pocos celebrarán el gordo de la lotería y la mayoría la preciada salud.

La salud que fue esquiva con Juli por más que ella estaba dispuesta a luchar y a animar a todas con su clásico: «¡¿Vamos?!», cada vez que se presentaba la ocasión de sacar la pancarta de las Mujeres del Carbón y arrimarla a las otras luchas, a todas las luchas, como una antorcha encendida en favor de la clase obrera, de los derechos de las trabajadoras y los trabajadores. De la dignidad.

Llegan las navidades con el recuerdo de aquella memorable riada del 22 de diciembre de 1909 que el médico de Valencia relató encaramado en el tejado de los Agustinos con unos anteojos. Vió desaparecer los pajares del Sotico y de la Isla, a los vecinos de Cabañas subidos a la torre de la iglesia y oyó el tañido de auxilio de las campanas en la noche. En Ciñera las campanas lloraban por ti el otro día, Juli.

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