Riadas
Líbreme dios de la CHD que del agua brava ya me libro yo. La sentencia, que reinterpreta el consejo que la sabiduría popular da para desconfiar de los mansos, hace fortuna estos días en los que las lluvias han dado cauce al crecimiento impertinente de los caudales río abajo. La violencia de las corrientes arrastra los restos de la desidia con la que el organismo regulador de cuenca ejerce su labor despótica sobre las riberas. No hay apenas junta vecinal que no tenga una anécdota que contar de su relación con el brazo administrativo que opera desde la calle Muro, sede de un ente que representa como pocos la estructura burocrática centralizada en Valladolid. A poco que pregunten, en los pueblines por donde corre el agua abundan los alcaldes que han tenido que lidiar con un sistema de relación que les obliga a pasar por ventanilla hasta para limpiar las regueras. No se trata de que tengan que hacer cola para limosnear una subvención. El turno de espera, que anuncia meses de papeles acumulados encima de las mesas, de peticiones de documentación y vuelva usted mañana, tiene que librarse tan sólo para que los responsables de la gestión firmen el documento que da permiso para intervenir. No lo hacen ellos, ni lo pagan, pero sin su visto bueno no hay manera de meterse debajo del puente para sacar la maraña de leña que hace fuerza contra las pilastras desde hace dos inviernos y amenaza con llevarse la estructura en la próxima riada.
El funcionamiento feudal de la CHD, tan dispuesta a que el agua corra en dirección a Castilla y se almacene en balsas como la que se regaló Valín en Villalón, invita a que los pueblos se desentiendan del cuidado que precisaron siempre a las riberas. Como pasó con la ley de montes, que expulsó a los vecinos del aprovechamiento de las suertes para que hicieran negocio los amiguetes, el sistema ha hecho que los paisanos renuncien a limpiar los cauces si no quieren encontrarse con una multa por podar unas salgueras. Que les pillen confesados si se les ocurre llamar a hacendera para levantar un puerto que enverede un reguerín para regar las huertas, pero no pasa nada si el Adif horada sin control la Variante de Pajares y deja sin acuíferos a toda la contorna. Ellos mandan y los pueblos pagan. Cuando el río suena, mejor que la CHD no te pille por delante.